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Intervención
del Minotauro de George Frederic Watts.
[ "A una tela de Watts, pintada en 1896, debo"La casa de
Asterión" y el carácter de su pobre protagonista". J. L. B.]
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Para un hombre como Borges, que vio con "espantoso
amor, con ansiedad, con admiración, con envidia" a Paolo y Francesca
unidos para siempre en su Infierno; el que preconizará que "enamorarse era crear una religión cuyo dios es falible". A ese Borges universal que fue como cualquier otro "esa torpe intensidad que es un alma"; al Borges que sigue resonando en nuestra memoria apócrifa: "Felices los amados y los amantes y los que pueden prescindir del amor"; van estos , algunos de sus textos de amor, antologados en el orden que dictan los más entrañables afectos.
A. M. R.
Inferno, V, 129
Dejan caer el libro, porque ya saben
que son las personas del libro.
(Lo serán de otro, el máximo,
pero eso qué puede importarles.)
Ahora son Paolo y Francesca,
no dos amigos que comparten
el sabor de una fábula.
Se miran con incrédula maravilla.
Las manos no se tocan.
Han descubierto el único tesoro;
han encontrado al otro.
No traicionan a Malatesta,
porque la traición requiere un tercero
y sólo existen ellos dos en el mundo.
Son Paolo y Francesca
y también la reina y su amante
y todos los amantes que han sido
desde aquel Adán y su Eva
en el pasto del Paraíso.
Un libro, un sueño les revela
que son formas de un sueño que fue soñado
en tierras de Bretaña.
Otro libro hará que los hombres,
sueños también, los sueñen.
Del libro "La Cifra" (1981)
La Espera
Antes
que suene el presuroso timbre
Y
abran la puerta y entres, oh esperada
Por
la ansiedad, el universo tiene
Que
haber ejecutado una infinita
Serie
de actos concretos. Nadie puede
Computar
ese vértigo, la cifra
De
lo que multiplican los espejos,
De
sombras que se alargan y regresan,
De
pasos que divergen y convergen.
La
arena no sabría numerarlos.
(En
mi pecho, el reloj de sangre mide
El
temeroso tiempo de la espera.)
Antes
que llegues,
Un
monje tiene que soñar con un ancla,
Un
tigre tiene que morir en Sumatra,
Nueve
hombres tienen que morir en Borneo.
De "Historia de la Noche" (1977)
El amenazado
Es el amor. Tendré
que ocultarme o que huir.
Crecen los muros de su cárcel, como en un sueño
atroz.
La hermosa máscara ha cambiado, pero como siempre
es la única.
¿De qué me servirán mis talismanes: el ejercicio
de las letras,
la vaga erudición, el aprendizaje de las palabras
que usó el áspero Norte
para cantar sus mares y sus espadas,
la serena amistad, las galerías de la biblioteca,
las cosas comunes,
los hábitos, el joven amor de mi madre, la sombra
militar de mis muertos,
la noche intemporal, el sabor del sueño?
Estar contigo o no estar contigo es la medida de
mi tiempo.
Ya el cántaro se quiebra sobre la fuente,
ya el
hombre se levanta a la voz del ave,
ya se han oscurecido los
que miran por las ventanas,
pero la sombra no ha traído la paz.
Es, ya lo sé, el amor: la ansiedad y el alivio de
oír tu voz,
la espera y la memoria, el horror de vivir en lo sucesivo.
Es el amor con sus mitologías, con sus pequeñas
magias inútiles.
Hay una esquina por la que no me atrevo a pasar.
Ya los ejércitos me cercan, las hordas.
(Esta habitación es irreal; ella no la ha visto.)
El nombre de una mujer me delata.
Me duele una mujer en todo el cuerpo.
Del libro "El Oro de los Tigres" (1972)
Delia Elena San Marco
Nos despedimos en una de las
esquinas del Once.
Desde la otra vereda volví a
mirar; usted se había dado vuelta
y me dijo adiós con la mano.
Un río de vehículos y de gente
corría entre nosotros;
eran las cinco de una tarde
cualquiera;
cómo iba yo a saber que aquel
río era el triste Aqueronte, el insuperable.
Ya no nos vimos y un año
después usted había muerto.
Y ahora yo busco esa memoria y
la miro y pienso que era falsa
y que detrás de la despedida
trivial estaba la infinita separación.
Anoche no salí después de comer
y releí, para comprender estas cosas,
la última enseñanza que Platón
pone en boca de su maestro.
Leí que el alma puede huir
cuando muere la carne.
Y ahora no sé si la verdad está
en la aciaga interpretación ulterior
o en la despedida inocente.
Porque si no mueren las almas,
está muy bien que en sus
despedidas no haya énfasis.
Decirse adiós es negar la
separación,
es decir: Hoy jugamos a separarnos
pero nos veremos mañana.
Los hombres inventaron el adiós
porque se saben de algún modo inmortales,
aunque se juzguen contingentes y
efímeros.
Delia: alguna vez anudaremos
¿junto a qué río?
este diálogo incierto y nos
preguntaremos si alguna vez,
en una ciudad que se perdía en
una llanura, fuimos Borges y Delia.
Del libro "El Hacedor" (1960)
El
Aleph (Frag)
"[...] La candente mañana de febrero en
que Beatriz Viterbo murió,
después de una imperiosa agonía que no se
rebajó un solo instante
ni al sentimentalismo ni al miedo,
noté que las carteleras de fierro de la Plaza
Constitución
habían renovado no sé qué aviso de cigarrillos
rubios;
el hecho me dolió, pues comprendí que el
incesante y vasto universo
ya se
apartaba de ella
y que ese cambio era el primero de una serie
infinita.
Cambiará el universo, pero yo no, pensé con
melancólica vanidad;
alguna vez, lo sé, mi vana devoción la había
exasperado;
muerta, yo podía consagrarme a su memoria,
sin esperanza, pero también sin
humillación.[...]"
De el libro "El Aleph" (1949)
Sábados
Afuera hay un ocaso, alhaja oscura
engastada en el tiempo,
y una honda ciudad ciega
de hombres que no te vieron.
La tarde calla o canta.
Alguien descrucifica los anhelos
clavados en el piano.
Siempre, la multitud de tu hermosura.
* * *
A despecho de tu desamor
tu hermosura
prodiga su milagro por el tiempo.
Esta en ti la ventura
como la primavera en la hoja nueva.
Ya casi no soy nadie,
soy tan solo ese anhelo
que se pierde en la tarde.
En ti esta la delicia
como esta la crueldad en las espadas.
* * *
Agravando la reja esta la noche.
En la sala severa
se buscan como ciegos nuestras dos soledades.
Sobrevive a la tarde
la blancura gloriosa de tu carne.
En nuestro amor hay una pena
que se parece al alma.
* * *
Tú
que ayer sólo eras toda la hermosura
eres también todo el amor, ahora.
De el libro "Fervor de Buenos Aires" (1923)
Mi
vida entera
Aquí otra
vez, los labios memorables, único y semejante a vosotros.
He
persistido en la aproximación de la dicha y en la intimidad de la pena.
He
atravesado el mar.
He conocido muchas tierras; he visto una mujer y dos o tres hombres.
He querido a
una niña altiva y blanca y de una hispánica quietud.
He visto un
arrabal infinito donde se cumple una insaciada inmortalidad de ponientes.
He paladeado
numerosas palabras.
Creo
profundamente que eso es todo y que ni veré ni ejecutaré cosas nuevas.
Creo que mis jornadas y mis noches se igualan en pobreza y en riqueza
a
las de Dios y a las de todos los hombres.
Del libro "Luna de Enfrente" (1925)
1964
I
Ya no es mágico el mundo. Te han dejado.
Ya no compartirás la clara luna
ni los lentos jardines. Ya no hay una
luna que no sea espejo del pasado,
cristal de soledad, sol de agonías.
Adiós las mutuas manos y las sienes
que acercaba el amor. Hoy sólo tienes
la fiel memoria y los desiertos días.
Nadie pierde (repites vanamente)
sino lo que no tiene y no ha tenido
nunca, pero no basta ser valiente
para aprender el arte del olvido.
Un símbolo, una rosa, te desgarra
y te puede matar una guitarra.
II
Ya no seré feliz. Tal vez no importa.
Hay tantas otras cosas en el mundo;
un instante cualquiera es más profundo
y diverso que el mar. La vida es corta
y aunque las horas son tan largas, una
oscura maravilla nos acecha,
la muerte, ese otro mar, esa otra flecha
que nos libra del sol y de la luna
y del amor. La dicha que me diste
y me quitaste debe ser borrada;
lo que era todo tiene que ser nada.
Sólo que me queda el goce de estar triste,
esa vana costumbre que me inclina
al Sur, a cierta puerta, a cierta esquina.
Del libro "El Otro, El Mismo" (1964)
Amorosa
anticipación
Ni la intimidad de tu frente
clara como una fiesta
ni la costumbre de tu cuerpo,
aún misterioso y tácito y de niña,
ni la sucesión de tu vida
asumiendo palabras o silencios
serán favor tan misterioso
como el mirar tu sueño
implicado
en la vigilia de mis brazos.
Virgen milagrosamente otra vez
por la virtud absolutoria del sueño,
quieta y resplandeciente como
una dicha que la memoria elige,
me darás esa orilla de tu vida
que tú misma no tienes,
Arrojado a quietud
divisaré esa playa última de
tu ser
y te veré por vez primera,
quizá,
como Dios ha de verte,
desbaratada la ficción del
Tiempo
sin el amor, sin mí.
Del libro "Luna de Enfrente" (1925)
El
enamorado
Lunas, marfiles, instrumentos,
rosas,
lámparas
y la línea de Durero,
las nueve cifras y el
cambiante cero,
debo fingir que existen esas
cosas.
Debo fingir que en el pasado
fueron
Persépolis y Roma y que una
arena
sutil midió la suerte de la
almena
que los siglos de hierro
deshicieron.
Debo fingir las armas y la
pira
de la epopeya y los pesados
mares
que roen de la tierra los
pilares.
Debo fingir que hay otros. Es
mentira.
Sólo tú eres. Tú, mi
desventura
y mi ventura, inagotable y
pura.
De "Historia de la Noche" (1977)
Despedida
Entre mi amor y yo han de
levantarse
trescientas noches como
trescientas paredes
y el mar será una magia entre
nosotros.
No habrá sino recuerdos.
Oh tardes merecidas por la
pena,
noches esperanzadas de
mirarte,
campos de mi camino,
firmamento
que estoy viendo y perdiendo...
Definitiva como un mármol
entristecerá tu ausencia otras
tardes.
De el libro "Fervor de Buenos Aires" (1923)
Ausencia
Habré de levantar
la vasta vida
que aún ahora es tu
espejo:
cada mañana habré de
reconstruirla.
Desde que te alejaste,
cuántos lugares se han
tornado vanos
y sin sentido, iguales
a luces en el día.
Tardes que fueron nicho
de tu imagen,
músicas en que siempre
me aguardabas,
palabras de aquel
tiempo,
yo tendré que
quebrarlas con mis manos.
¿En qué hondonada
esconderé mi alma
para que no vea tu
ausencia
que como un sol
terrible, sin ocaso,
brilla definitiva y
despiadada?
Tu ausencia me rodea
como la cuerda a la
garganta,
el mar al que se hunde.
De el libro "Fervor de Buenos Aires" (1923)
Al
triste
Ahí está lo que fue: la terca
espada
del sajón y su métrica de
hierro,
los mares y las islas del
destierro
del hijo de Laertes, la dorada
luna del persa y los sin fin
jardines
de la filosofía y de la
historia,
el oro sepulcral de la memoria
y en la sombra el olor de los
jazmines.
Y nada de eso importa. El
resignado
ejercicio del verso no te
salva
ni las aguas del sueño ni la
estrella
que en la arrasada noche
olvida el alba.
Una sola mujer es tu cuidado,
igual a las demás, pero que es
ella.
Del libro "El Oro de los Tigres" (1972)
El
cómplice
Me
crucifican y yo debo ser la cruz y los clavos.
Me
tienden la copa y yo debo ser la cicuta.
Me
engañan y yo debo ser la mentira.
Me
incendian y yo debo ser el infierno.
Debo
alabar y agradecer cada instante del tiempo.
Mi
alimento es todas las cosas.
El peso
preciso del universo, la humillación, el júbilo.
Debo
justificar lo que me hiere.
No
importa mi ventura o mi desventura.
Soy el
poeta.
Del libro "La Cifra" (1981)
Jorge Luis Borges
[Antologación de Ana María Rivera]
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