Pensamiento y Poesía: Borges [Quinta Conferencia]

Jorge Luis Borges en el blog "Borges en el Museo de la Novela de la Eterna"

24/24 Borges. Día 17. Resignificación de la Lectura y la Escritura, un tributo a Jorge Luis Borges en su natalicio.

Esta es la quinta de seis conferencias sobre la poesía, pronunciada en inglés, en la Universidad de Harvard, durante el curso que impartiera Borges, en el otoño de 1967 y la primavera de 1968, y que la Editorial Crítica recopilara en 2001, con el nombre de  "Arte Poética". La traducción es del  escritor español´Justo Navarro. 

Walter Pater escribió que todas las artes aspiran a la condición de la música. La razón obvia (hablo evidentemente como lego en la materia) sería que, en música, la forma y el contenido son inseparables. La melodía, o cualquier pieza musical, es una estructura de sonidos y pausas que se desarrolla en el tiempo, una estructura que, a mi parecer, no puede dividirse. La melodía es la estructura, y a la vez las emociones de las que surgió y las emociones que suscita. El crítico austríaco Hanslick escribió que la música es una lengua que podemos usar y entender, pero que no podemos traducir. 

En el caso de la literatura, y especialmente en el de la poesía, se supone que ocurre exactamente lo contrario. Podríamos contarle el argumento de La letra escarlata a un amigo que no haya leído la novela, y supongo que incluso podríamos contarle la estructura, la composición y el argumento de, por ejemplo, el soneto de Yeats «Leda y el cisne». Así que cabría pensar que la poesía es un arte bastardo, mestizo. 

También Robert Louis Stevenson ha hablado de la naturaleza supuestamente dual de la poesía. Dice que, en cierto sentido, la poesía se acerca más al hombre común, al hombre de la calle. Pues los materiales de la poesía son las palabras, y esas palabras son, el verdadero dialecto de la vida. Usamos las palabras para los propósitos triviales de todos los días, y las palabras son la materia del poeta, como los sonidos son la materia del músico. Stevenson habla de las palabras como si fueran simples piezas destinadas a resolver necesidades prácticas. Y se admira ante el poeta que, con esos rígidos símbolos destinados a propósitos cotidianos o abstractos, es capaz de articular una estructura, a la que Stevenson llama «el tejido». Si aceptamos lo que Stevenson dice, tenemos una teoría de la poesía: una teoría de cómo la literatura transforma las palabras para que sean útiles más allá de su finalidad y uso. Las palabras, dice Stevenson, están destinadas al común comercio de la vida cotidiana, y el poeta las convierte en algo mágico. Creo estar de acuerdo con Stevenson, pero pienso que quizá podríamos demostrar que se equivocaba. Sabemos que aquellos escandinavos solitarios y admirables, en sus elegías, eran capaces de transmitirnos su soledad, su valor, su lealtad, su emoción ante los mares inhóspitos y las guerras inhóspitas. Pero imagino a los autores de esos poemas que nos parecen tan próximos y sobreviven a los siglos: sabemos que a esos hombres les habría sido difícil expresarse, si hubieran tenido que discurrir en prosa. Es el caso del rey Alfredo. Su prosa es clara, es eficaz para sus propósitos, pero le falta hondura. Nos cuenta una historia que puede ser más o menos interesante, yeso es todo; pero hubo contemporáneos que escribieron poesía cuyos ecos aún resuenan, poesía que aún sigue vivísima. 

Continuando una disquisición histórica (evidentemente he elegido este ejemplo al azar; podrían citarse otros análogos de todo el mundo), encontramos que las palabras no son en un principio abstractas, sino, antes bien, concretas (y creo que «concreto» significa exactamente lo mismo que «poético» en este caso). Consideremos una palabra como «dreary-('triste'): la palabra inglesa «dreary» significaba «bloodstained» ('manchado de sangre'). De modo semejante, la palabra «glad» ('alegre') significaba «polished» ('distinguido'), y la palabra «threat» ('amenaza') significaba 'muchedumbre amenazadora'. Esas palabras que ahora son abstractas tuvieron una vez un significado material. 

Podríamos ver otros ejemplos, Tomemos la palabra «thunder» ('trueno') y recordemos al dios Thunor, el equivalente sajón del escandinavo Thor. La palabra Thunor» valía para el trueno y para el dios; pero si les hubiéramos preguntado a los hombres que llegaron a Inglaterra con Hengist si la palabra significaba el fragor del trueno o el dios airado, no creo que hubieran sido lo suficientemente sutiles para entender la diferencia. Supongo que la palabra poseía ambos significados sin ligarse exactamente a ninguno de los dos. Supongo que cuando pronunciaban u oían la palabra «trueno» sentían a la vez el profundo fragor en el cielo, veían el relámpago y pensaban en el dios. Las palabras estaban llenas de magia; no tenían un significado definitivo e inalterable. 

Por lo tanto, al hablar de poesía, podríamos decir que la poesía no hace lo que Stevenson pensaba: la poesía no pretende cambiar por magia un puñado de monedas lógicas. Más bien devuelve el lenguaje a su fuente originaria. Recuerden que Alfred North Whitehead escribió que entre las muchas falacias destaca la falacia del diccionario perfecto: la falacia de pensar que para cada percepción de los sentidos, para cada juicio, para cada idea abstracta podemos encontrar un equivalente, un símbolo exacto, en el diccionario. Y el hecho mismo de que las lenguas sean diferentes nos lleva a sospechar que tal cosa no existe. 

Por ejemplo, en inglés (o más bien entre los escoceses) hay palabras como «eerie» ('siniestro') y «uncanny» ('misterioso'). No encontramos estas palabras en otros idiomas. (Bueno, tenemos, por supuesto, el alemán «unheimlich».) ¿Por qué? Porque los hombres que hablan otros idiomas no necesitan esas palabras. Me figuro que una nación desarrolla las palabras que necesita. Esta observación, hecha por Chesterton (creo que en su libro sobre Watts), equivale a decir que la lengua no es, como el diccionario nos sugiere, un invento de académicos y filólogos. Antes bien> ha sido desarrollada a través del tiempo, a través de mucho tiempo, por campesinos, pescadores, cazadores y caballeros. No surge de las bibliotecas, sino de los campos, del mar, de los ríos, de la noche, del alba. 

Así, en la lengua tenemos el hecho (y es algo que me parece obvio) de que las palabras son, originariamente, mágicas. Hubo quizá un momento en el que la palabra parecía resplandecer y la palabra era oscura. En el caso de «noche», podemos conjeturar que en el principio significaba la noche misma: su oscuridad, sus amenazas, las estrellas radiantes. Luego, después de mucho tiempo, llegamos al sentido abstracto de la palabra «noche»: el periodo entre el crepúsculo del cuervo (según los hebreos) y el crepúsculo de la paloma, el principio del día. 

Puesto que he hablado de los hebreos, podríamos encontrar un ejemplo complementario en el misticismo judío, en la Cábala. Parece obvio, para los judíos, que las palabras tienen poder. Es la idea que subyace a todas esas historias de talismanes y abracadabras, historias que podemos' buscar en Las mil y noches. En el primer capítulo de la Torah los judíos leen: «Dios dijo: "Haya luz", y hubo luz». Así que les parece obvio que la palabra contenga la fuerza suficiente para causar una luz que ilumine todo el mundo, la fuerza suficiente para engendrar, para originar la luz. He propuesto algunas ideas sobre este problema de pensamiento y significado (problema que evidentemente yo no resolveré). Hablábamos antes de cómo, en la música, era imposible separar el sonido, la forma, y el contenido, pues son, en realidad, lo mismo. Y cabe sospechar que, en cierta medida, sucede lo mismo con la poesía. 

Consideremos sendos fragmentos de dos grandes poetas. El primero procede de una breve pieza del gran poeta irlandés William Butler Yeats: «Bodily decrepitude is wisdom; young / We loved each other and were ignorant» («La decrepitud física es sabiduría; jóvenes / nos amamos tú y yo y éramos ignorantes»). Encontramos al principio una afirmación: «La decrepitud física es sabiduría». Esto, evidentemente, lo podríamos entender como una ironía. Yeats sabía perfectamente que podemos alcanzar la decrepitud física sin alcanzar la sabiduría. Supongo que la sabiduría es más importante que el amor; el amor, más que la simple felicidad. Hay algo banal en la felicidad. Encontramos una declaración sobre la felicidad en otro lugar de la estrofa. «La decrepitud física es sabiduría; jóvenes / nos amamos tú y yo y éramos ignorantes». 

Ahora tomaremos un poema de George Meredith. Dice así: «Not till the fire is dying in the grate / Look we for any kinship with the stars»

He sospechado muchas veces que el significado es, en realidad, algo que se le añade al poema. Sé a ciencia cierta que sentimos la belleza de un poema antes incluso de empezar a pensar en el significado. No sé si he citado ya el ejemplo de uno de los sonetos de Shakespeare. Dice así: 

The mortal moan hath her eclipse endured, 
And the sad augurs mock their own presage; 
Incertainties now crown themselves assured, 
And peace proclaims olives of endless age. 
(Esa luna mortal ha sufrido su eclipse, 
y los tristes augures su presagio escarnecen; 
lo inseguro se torna por sí mismo certeza, 
y la paz hace eternas a las ramas de olivo.) 

Ahora bien, si consultamos las notas a pie de página, encontramos que los dos primeros versos –«The mortal moon hath her eclipse endured, / And the sad augurs mock their own presage»–son una alusión a la reina Isabel, la Reina Virgen, la famosa reina a la que los cortesanos comparaban con la casta Diana, la doncella. Supongo que, cuando Shakespeare escribió estos versos, tenía en mente las dos lunas. Tenía la metáfora de «la luna, la Virgen Reina»; y no creo que pudiera evitar pensar en la luna celeste. 

Lo que quisiera señalar es que no tenemos que optar por un significado, por ninguno de los dos significados. Sentimos los versos antes de elegir una u otra o ambas hipótesis. «The mortal moon hath her eclipse endured, / And the sad augurs mock their own presage» posee, al menos para mí, belleza al margen del mero hecho de cómo lo interpretemos. 

Hay versos que, evidentemente, son hermosos y no tienen sentido. Pero, incluso así, tienen sentido: no para la razón, sino para la imaginación. Veamos un ejemplo muy sencillo: «Two red roses across the moon» («Dos rosas rojas en la luna»). Podríamos decir que en este caso el significado es la imagen ofrecida por las palabras; pero para mí, por lo menos, no existe una imagen clara. Existe el placer de las palabras, y del ritmo de las palabras evidentemente, de la música de las palabras. Veamos otro ejemplo de William Morris: «"Therefore", said fair Yoland of the flowers, / "This is the tune of Seven Towers?» («"Así que", dijo la hermosa Yolanda de las flores –la hermosa Yolanda es una bruja–, "ésta es la melodía de las Siete Torres?»). Estos versos han sido extraídos de su contexto, y, sin embargo, creo que se sostienen. 

En cierta manera, aunque amo el inglés, cuando recuerdo poemas ingleses me doy cuenta de que mi lengua, el español, me reclama. Me gustaría citar unos cuantos versos. Si no los entienden, pueden ustedes consolarse pensando que yo tampoco los entiendo, y que no tienen sentido. Bellamente, de un modo absolutamente delicioso, carecen de sentido; no pretendían decir nada. Pertenecen al muy olvidado poeta boliviano Ricardo Jaimes Freyre, amigo de Darío y de Lugones. Los escribió en la última década del siglo XIX. Quisiera poder recordar todo el soneto: creo que les llegaría algo de su sonoridad. Pero no es necesario. Creo que estos versos serán suficientes. Dicen así: 

Peregrina paloma imaginaria 
que enardeces los últimos amores, 
alma de luz, de música, de flores, 
peregrina paloma imaginaria. 

No significan nada, no han sido escritos para significar nada; y, sin embargo, se sostienen. Se sostienen como un objeto bello. Son –al menos para mí inagotables. 

Y ahora, puesto que he citado a Meredith, daré otro ejemplo suyo. Éste es distinto de los otros, puesto que posee significado; tenemos la convicción de que corresponde a una experiencia del poeta. Y, sin embargo, si tuviéramos que señalar qué tipo de experiencia, o si el poeta quisiera explicarnos cómo llegó a estos versos, cómo los logró, no sabríamos qué decir. Los versos son: 

Love, that had robbed us of immortal things, 
This little movement mercifully gave, 
Where I have seen across the twilight wave 
The swan sail with her young beneath her wings. 

(El amor, que nos había privado de cosas inmortales, 
este pequeño gesto piadosamente hizo, 
cuando vi por la onda del crepúsculo 
al cisne deslizarse con sus crías bajo las alas.) 

Encontramos en el primer verso una reflexión que puede resultarnos extraña: amor, que nos había privado de cosas inmortales»; no (como podríamos fácilmente suponer) amor, que nos había regalado cosas inmortales». No: amor, que nos había privado de cosas inmortales, / este pequeño gesto piadosamente hizo». Se nos induce a pensar que el poeta habla de sí mismo y de su amante. «Where I have seen across the twilight wave / The swan sail with her young beneath her wings»: aquí nos basta el triple compás del verso; no necesitamos ninguna anécdota sobre el cisne, sobre cómo se desliza por el río y por el poema de Meredith y para siempre por mi memoria. Sabemos, o al menos yo lo sé, que he oído algo inolvidable. y podría decir de estos versos lo que Hanslick dijo de la música: puedo recordarlos, puedo entenderlos (no con la simple razón: con la imaginación, más profunda), pero no puedo traducirlos. y no creo que necesiten traducción. 

He usado la palabra «triple», y me ha venido a la memoria la metáfora de un poeta griego de Alejandría. Escribió sobre «la lira de la triple noche». Este verso me parece de una gran fuerza. Cuando consulté las notas, descubrí que la lira era Hércules, y que Hércules había sido engendrado por Júpiter una noche que tuvo la duración de tres noches para que el placer del Dios fuera más dilatado. Esta explicación es irrelevante; de hecho, puede incluso que estropee el verso. Nos facilita una anécdota mínima y nos arrebata algo del maravilloso enigma, lira de la triple noche». Bastaría con eso: con el enigma. No necesitamos leer la nota. El enigma está ahí. 

He hablado de palabras que llaman la atención desde el origen, cuando los hombres las inventaron. He pensado que la palabra «trueno» no sólo designaba el sonido sino también al dios. Y he hablado de la palabra «noche». Al hablar de la noche, me ha venido inevitablemente –y felizmente para nosotros, creo– a la memoria la última frase del primer libro del Finnegans Wake, donde Joyce habla de «the rivering waters of, hitherandthithering waters of. Night!». Se trata de un ejemplo extremo de estilo rebuscado. Nos damos cuenta de que semejante línea sólo ha podido ser escrita después de siglos de literatura. Nos damos cuenta de que la línea es una invención, un poema: un tejido complejísimo, como habría dicho Stevenson. Y, sin embargo, sospecho que hubo un momento en el que la palabra «noche» fue tan extraña, tan asombrosa como esa hermosa y tortuosa frase: «rivering waters of, hitherandthithering waters of. Night!». 

Evidentemente, hay dos modos de emplear la poesía: por lo menos, dos modos opuestos (hay muchos más, evidentemente). Uno de los modos del poeta es emplear palabras usuales y convertirlas de alguna manera en inusuales: extraer magia de ellas. Un buen ejemplo podría ser este poema tan inglés, hecho de mesura, de Edmund Blunden: 

I have been young and now am not too old; 
And I have seen the righteous forsaken, 
His health, his honour and his quality taken. 
This is not what we formerly were told. 

(He sido joven y ahora no soy demasiado viejo; 
y he visto al justo abandonado, 
arrebatada su salud, su honor y su carácter. 
Esto no es lo que nos habían contado.) 

Tenemos aquí palabras sencillas; tenemos un significado claro, o por lo menos una clara emoción: y esto es lo más importante. Pero las palabras no llaman la atención como en el último ejemplo que tomábamos de Joyce. 

Y como en este otro, que sólo citaré. Serán tres palabras. Dicen: «Glittergates of elfinbone». «Glittergates» es un regalo que Joyce nos hace. Y además tenemos «elfinbone». Evidentemente, cuando Joyce lo escribió, estaba pensando en la palabra alemana para 'marfil', «Elfenbein». «Elfenbein» es una distorsión de «Elephantenbein», «elephant bone. ('hueso de elefante'). Pero Joyce vio las posibilidades de esa palabra y la tradujo al inglés; y así tenemos «elfinbone», Creo que «elfin» es más bello que «elfen». Además, al haber oído «elfenbein. muchas veces, ya no lo recibimos con la' sacudida de sorpresa, con la impresión de asombro que hallamos en esa nueva y elegante palabra, «elfinbone». 

Tenemos, así, dos maneras de escribir poesía. La gente habla de estilo llano y estilo recargado. Pienso que es un error, porque lo que importa, lo verdaderamente significativo, es el hecho de que la poesía esté viva o muerta, no que el estilo sea llano o recargado. Y eso depende del poeta. Podemos encontrar, por ejemplo, poesía verdaderamente notable escrita de un modo llano, y tal poesía es, para mí, no menos admirable –de hecho, a veces pienso que es más admirable– que la otra. Por ejemplo, cuando Stevenson –y, ya que he discrepado de Stevenson, quiero ensalzarlo ahora– escribió su «Requiem»: 

Under the wild and starry sky 
Dig the grave and let me lie. 
Glad did I live and gladly die, 
And I laid me down with a will. 
This be the verse you grave for me: 
«Here he lies where he longed to be; 
Home is the sailor, home from the sea, 
And the hunter home from the hill». 

(Bajo el vasto y estrellado cielo, 
cavad la tumba y dejadme yacer ahí. 
Viví con alegría y muero con alegría, 
y me he acostado a descansar con ganas. 
Sea éste el verso que grabéis para mí: 
«Aquí yace donde quería yacer; 
ha vuelto el marinero, ha vuelto del mar, 
y el cazador ha vuelto de la colina».) 


El lenguaje de este poema es llano; es llano y vivo. Pero, a la vez, el poeta ha debido trabajarlo con verdadero esfuerzo para conseguirlo. No creo que versos como «Glad did I live and gladly se presenten si no es en esas rarísimas ocasiones en que la musa es generosa. 

Creo que nuestra idea de que las palabras sólo son un álgebra de símbolos procede de los diccionarios. No quiero ser desagradecido con los diccionarios: mis lecturas favoritas son el doctor Johnson, el doctor Skeat y ese autor compuesto, el Oxford abreviado. Creo, sin embargo, que el hecho de disponer de largos catálogos de palabras y definiciones nos lleva a pensar que las definiciones agotan las palabras, y que cualquiera de esas monedas, de esas palabras, puede ser cambiada por otra. Pero creo que sabemos –y el poeta debería sentirlo– que cada palabra vale por sí misma, que cada palabra es única. y tenemos esa sensación cuando un escritor usa una palabra poco conocida. Por ejemplo, pensemos en la palabra «sedulous–(‘diligente’) como palabra muy poco probable pero interesante. Sin embargo, cuando Stevenson –le vuelvo a dar la bienvenida–escribió que había «imitado como un mono diligente» («played the sedulous ape») a Hazlitt, entonces la palabra cobró vida de pronto. Así que esta teoría (no es mía, por supuesto: estoy seguro de se encuentra en otros autores), la idea de que las palabras fueron mágicas en un principio y son devueltas a la magia por la poesía, es, creo, verdadera. 

Pasemos a otra cuestión muy importante: la de la convicción. Cuando leemos a un autor (y podemos pensar en la poesía o en la prosa: son una misma cosa) es esencial que creamos en él. O, mejor, que alcancemos esa «voluntaria suspensión de la incredulidad" de la que hablaba Coleridge. Cuando me refería a versos recargados, a palabras que llaman la atención, podría, por supuesto, haber recordado: 

Weave a circle round him thrice, 
And close your eyes with holy dread, 
For he on honey–dew hath fed, 
And drunk the milk of Paradise. 

(Tejed a su alrededor un triple círculo 
y cerrad vuestros ojos con horror sagrado, 
porque él se ha alimentado del rocío de miel 
y ha bebido la leche del Paraíso.) 

Hablemos ahora (y será nuestro último asunto) sobre esa convicción que exigen tanto la prosa como la poesía. En el caso de una novela, por ejemplo (¿y por qué no podríamos hablar de novela cuando hablamos de poesía?), nuestro convencimiento radica en que creamos en el personaje principal. Si nos resulta creíble, todo va bien. Yo no estoy –y espero que esto no les parezca una herejía– demasiado seguro de las aventuras de don Quijote. Desconfío de algunas de ellas. Creo que probablemente algunas son exageradas. Estoy casi seguro de que, cuando el caballero hablaba con el escudero, no urdía aquellos largos y estereotipados discursos. Sin embargo, esas cosas no importan; lo verdaderamente importante es el hecho de que yo creo en el propio don Quijote. Por eso libros como La ruta de don Quijote de Azorín, o incluso Vida de don Quijote y Sancho de Unamuno, se me antojan irrelevantes en cierta medida, pues se toman las aventuras demasiado en serio. Mientras que yo creo realmente en el propio caballero. Incluso si alguien me dijera que jamás han sucedido esas cosas, yo seguiría creyendo en don Quijote como creo en la personalidad de un amigo. 

Tengo la suerte de contar con muchos amigos admirables, y de ellos se cuentan múltiples anécdotas. Algunas de esas anécdotas –lamento decirlo, estoy orgulloso de decirlo– las he inventado yo. Pero no son falsas; son esencialmente verdaderas. De Quincey decía que todas las anécdotas son apócrifas. Yo creo que si se hubiera entretenido en profundizar más en el asunto habría dicho que son históricamente apócrifas pero esencialmente verdaderas. Si se cuenta una historia sobre un hombre, entonces esa historia se parece a él; esa historia es su símbolo. Cuando pienso en queridos amigos míos como don Quijote, el señor Pickwick, el señor Sherlock Holmes, el doctor Watson, Huckleberry Finn, Peer Gynt y otros por el estilo (no estoy seguro de tener muchos amigos más), siento que los hombres que escribieron esas historias contaban cuentos chinos, pero que las aventuras que desarrollaron eran espejos, adjetivos o atributos de esos hombres. Es decir, si creemos en el señor Sherlock Holmes, podemos mirar con irrisión al sabueso de los Baskerville; no tenemos por qué temerle. Por eso digo que lo importante es que creamos en un personaje. 

En el caso de la poesía, podría parecer que hay alguna diferencia, pues el escritor trabaja con metáforas. Las metáforas no exigen ser creídas. Lo que verdaderamente importa es que pensemos que responden a la emoción del escritor. Yo diría que con eso basta. Por ejemplo, cuando Lugones escribió que la puesta de sol era violento pavo real verde, delirado en oro», no hay que preocuparse por el parecido –o, mejor, la falta de parecido– entre el ocaso y un pavo real. Lo importante es que se nos ha hecho sentir que Lugones, impresionado por el ocaso, necesitó esa metáfora para transmitirnos sus sensaciones. Esto es lo que yo entiendo por convicción en poesía. 

Y ello tiene poco que ver, evidentemente, con el lenguaje llano o recargado. Cuando Milton escribe, por ejemplo (y lamento decir, quizá revelarles a ustedes, que éstos son los últimos versos del Paradise Regained), «hee unobserv'd / Home to his Mothers house privare return'd» («sin ser visto / volvió en secreto a la casa de su madre), el lenguaje es más bien llano, pero al mismo tiempo está muerto. Mientras que cuando escribe «When I consider how my light is spent / Ere half my days, in this dark world» (Cuando pienso cómo mi luz se ha apagado / antes de la mitad de mis días, en este mundo oscuro»), quizá sea recargado lenguaje que usa, pero es un lenguaje vivo. En este sentido, pienso que escritores como Góngora, John Donne, William Butler Yeats y James Joyce están justificados. Sus palabras, sus estrofas, puede que sean improbables; que encontremos rarezas en ellas. Pero se nos hace sentir que detrás de esas palabras hay una emoción verdadera. Esto nos bastaría para brindarles nuestra admiración. 

Hoy he hablado de varios poetas, y lamento decirles que en mi última conferencia hablaré de un poeta menor: un poeta cuyas obras no he leído nunca pero cuyas obras he escrito. Hablaré de mí. Y espero que me perdonen por este anticlímax más bien cariñoso.

Jorge Luis Borges 


Para escuchar la conferencia en inglés:
https://www.youtube.com/watch?v=i8yajv3KUB8



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Biografía de Tadeo Isidoro Cruz (1829-1874)

Biografía de Tadeo Isidoro Cruz  (1829-1874)
“[…] Había corregido el pasado; en aquel tiempo debió de considerarse feliz, aunque profundamente no lo era. (Lo esperaba, secreta en el porvenir, una lúcida noche fundamental: la noche en que por fin vio su propia cara, la noche en que por fin escuchó su nombre. Bien entendida, esa noche agota su historia; mejor dicho, un instante de esa noche, un acto de esa noche, porque los actos son nuestro símbolo.) Cualquier destino, por largo y complicado que sea, consta en realidad de un solo momento: el momento en que el hombre sabe para siempre quién es. Cuéntase que Alejandro de Macedonia vio reflejado su futuro de hierro en la fabulosa historia de Aquiles; Carlos XII de Suecia, en la de Alejandro. A Tadeo Isidoro Cruz, que no sabía leer, ese conocimiento no le fue revelado en un libro; se vio a sí mismo en un entrevero y un hombre.[…] J. L. Borges de "Biografía de Tadeo Isidoro Cruz (1829-1874)" [Obra pictórica Jamie Baldridge] http://www.jamiebaldridge.com/

El Aleph (Fragmentos)

La candente mañana de febrero en que Beatriz Viterbo murió, después de una imperiosa agonía que no se rebajó un solo instante ni al sentimentalismo ni al miedo, noté que las carteleras de fierro de la Plaza Constitución habían renovado no sé qué aviso de cigarrillos rubios; el hecho me dolió, pues comprendí que el incesante y vasto universo ya se apartaba de ella y que ese cambio era el primero de una serie infinita. Cambiará el universo, pero yo no, pensé con melancólica vanidad; alguna vez, lo sé, mi vana devoción la había exasperado; muerta, yo podía consagrarme a su memoria, sin esperanza, pero también sin humillación. Consideré que el treinta de abril era su cumpleaños; visitar ese día la casa de la calle Garay para saludar a su padre y a Carlos Argentino Daneri, su primo hermano, era un acto cortés, irreprochable, tal vez ineludible.

[…]

Así, en aniversarios melancólicos y vanamente eróticos, recibí las graduales confidencias de Carlos Argentino Daneri.

[…]

Otras muchas estrofas me leyó que también obtuvieron su aprobación y su comentario profuso. Nada memorable había en ellas; ni siquiera las juzgué mucho peores que la anterior. En su escritura habían colaborado la aplicación, la resignación y el azar; las virtudes que Daneri les atribuía eran posteriores. Comprendí que el trabajo del poeta no estaba en la poesía; estaba en la invención de razones para que la poesía fuera admirable; naturalmente, ese ulterior trabajo modificaba la obra para él, pero no para otros. La dicción oral de Daneri era extravagante; su torpeza métrica le vedó, salvo contadas veces, trasmitir esa extravagancia al poema.

[…]

Este se proponía versificar toda la redondez del planeta; en 1941, ya había despachado unas hectáreas del estado de Queensland, más de un kilómetro del curso del Ob, un gasómetro al norte de Veracruz, las principales casas de comercio de la parroquia de la Concepción, la quinta de Mariana Cambaceres de Alvear en la calle Once de Septiembre, en Belgrano, y un establecimiento de baños turcos no lejos del acreditado acuario de Brighton. Me leyó ciertos laboriosos pasajes de la zona australiana de su poema; esos largos e informes alejandrinos carecían de la relativa agitación del prefacio. Copio una estrofa
Sepan. A manderecha del poste rutinario
(Viniendo, claro está, desde el Nornoroeste)
Se aburre una osamenta –¿Color? Blanquiceleste–

Que da al corral de ovejas catadura de osario.
Que da al corral de ovejas catadura de osario.

[…]

….iban a demoler su casa.

–¡La casa de mis padres, mi casa, la vieja casa inveterada de la calle Garay! –repitió, quizá olvidando su pesar en la melodía.
No me resultó muy difícil compartir su congoja. Ya cumplidos los cuarenta años, todo cambio es un símbolo detestable del pasaje del tiempo; además, se trataba de una casa que, para mí, aludía infinitamente a Beatriz.

[…]

Vaciló y con esa voz llana, impersonal, a que solemos recurrir para confiar algo muy íntimo, dijo que para terminar el poema le era indispensable la casa, pues en un ángulo del sótano había un Aleph. Aclaró que un Aleph es uno de los puntos del espacio que contienen todos los puntos.

[…]

–¿El Aleph? –repetí.
–Sí, el lugar donde están, sin confundirse, todos los lugares del orbe, vistos desde todos los ángulos. A nadie revelé mi descubrimiento, pero volví. ¡El niño no podía comprender que le fuera deparado ese privilegio para que el hombre burilara el poema!

[…]

Corté, antes de que pudiera emitir una prohibición. Basta el conocimiento de un hecho para percibir en el acto una serie de rasgos confirmatorios, antes insospechados; me asombró no haber comprendido hasta ese momento que Carlos Argentino era un loco. Todos esos Viterbo, por lo demás... Beatriz (yo mismo suelo repetirlo) era una mujer, una niña, de una clarividencia casi implacable, pero había en ella negligencias, distracciones, desdenes, verdaderas crueldades, que tal vez reclamaban una explicación patológica. La locura de Carlos Argentino me colmó de maligna felicidad; íntimamente, siempre nos habíamos detestado.

[…]

Arribo, ahora, al inefable centro de mi relato; empieza, aquí, mi desesperación de escritor. Todo lenguaje es un alfabeto de símbolos cuyo ejercicio presupone un pasado que los interlocutores comparten; ¿cómo transmitir a los otros el infinito Aleph, que mi temerosa memoria apenas abarca?

Los místicos, en análogo trance, prodigan los emblemas: para significar la divinidad, un persa habla de un pájaro que de algún modo es todos los pájaros; Alanus de Insulis, de una esfera cuyo centro está en todas partes y la circunferencia en ninguna; Ezequiel, de un ángel de cuatro caras que a un tiempo se dirige al Oriente y al Occidente, al Norte y al Sur. (No en vano rememoro esas inconcebibles analogías; alguna relación tienen con el Aleph.) Quizá los dioses no me negarían el hallazgo de una imagen equivalente, pero este informe quedaría contaminado de literatura, de falsedad. Por lo demás, el problema central es irresoluble: la enumeración, siquiera parcial, de un conjunto infinito. En ese instante gigantesco, he visto millones de actos deleitables o atroces; ninguno me asombró como el hecho de que todos ocuparan el mismo punto, sin superposición y sin transparencia. Lo que vieron mis ojos fue simultáneo: lo que transcribiré, sucesivo, porque el lenguaje lo es. Algo, sin embargo, recogeré.

[…]

¿Existe ese Aleph en lo íntimo de una piedra? ¿Lo he visto cuando vi todas las cosas y lo he olvidado? Nuestra mente es porosa para el olvido; yo mismo estoy falseando y perdiendo, bajo la trágica erosión de los años, los rasgos de Beatriz.

[…]

Fragmentos del cuento de Jorge Luis Borgs "El Aleph", de su libro homónimo.

(Leer texto completo en páginas interiores


Macedonio Fernández

Macedonio Fernández
“[...] Desde mañana seré contigo un artista en dolor”. “Cuando te arranqué ya estabas elegida por mi ansia de atormentar". “Elegida entre millones para un destino de martirio."Tienta y niega"."El mundo es una mesa tendida de la tentación con infinitos embarazos interpuestos y no de menor variedad de estorbos que de cosas brindadas [...]" De "El Torturador de un Trébol ".M. F.

De "Utopia de un hombre que está cansado"

De "Utopia de un hombre que está cansado"
"[...] -Nadie puede leer dos mil libros. En los cuatro siglos que vivo no habré pasado de una media docena. Además no importa leer sino releer. La imprenta, ahora abolida, ha sido uno de los peores males del hombre, ya que tendió a multiplicar hasta el vértigo textos innecesarios[...]"

"Tantalia el mundo es de inspiración Tantálica"


Primer momento: El cuidador de una plantita.

Él acaba por convencerse de que su sentimentalidad, aptitud de simpatía, que viene desde tiempo luchando por recuperar, está agotada, y en los sufrimientos de este descubrimiento cavila y halla por fin que quizá el cuidado de una plantita endeble, de una mínima vida, de lo más necesitado de cariño, debiera ser el comienzo de la reeducación de su sentimentalidad.

Ocurre que pocos días después de esta meditación y proyectos en suspenso, Ella, sin sospechar tales cavilaciones pero movida por una aprensión vaga del empobrecimiento afectivo en él, le envía por regalo una plantita de trébol.

Él resuelve adoptarla para iniciar el procedimiento entrevisto. La cuida con entusiasmo durante un tiempo y cada vez más se percata de la infinidad de atenciones y protecciones, expuestas a un descuido fatal, exigidas para la seguridad de la vida por un ser tan débil, al que un gato, una helada, un golpe, sed, calor, viento, amenazan. Se siente intimidado por la posibilidad de verla morirse un día por mínimo descuido; pero no es sólo el temor de perderla para su cariño, sino que conversando con Ella, cavilosos como todos los que están en la pasión, y más cuando en esa pasión uno decae, llegan a la obsesión de que exista algún nexo de destinos entre el vivir de la plantita y su vivir o el de su amor. Fue Ella la que un día vino a decirle que ese trébol fuera el símbolo del vivir del amor.

Empiezan a temer que la plantita muera y muera así, uno u otro, y lo que es más: el amor, única muerte que hay. Se ven sucesivamente, meditando en coloquios, creciendo el pavor a que se ven sujetos. Deciden entonces anular la identidad reconocible de esta plantita para que, eludiendo el mal presagio de matarla, nada haya identificable en el mundo a cuyo existir esté supeditada la vida y amor de ellos; y al par así, sitúanse en la asegurada ignorancia de no saber nunca si aquel existir vegetal que tan singularmente se había hecho parte en las vicisitudes de una pasión humana, se muere o vive. Resuelven, entonces, de noche, en un paraje no reconocible para ellos, perderla en un vasto trebolar.


Segundo momento: Identidad de una mata de trébol.


Pero la excitación que iba creciendo desde algún tiempo en Él, y el desencanto de ambos por haber tenido que renunciar a la comenzada tentativa de reeducación de su sensibilidad y al hábito y cariño de cuidar a la plantita que alboreaba en Él, se traduce en un acto oculto que realiza al retorno de esa labor de olvidación en las sombras. En el trayecto, sin que lo advirtiera de fijo pero con algún pulso de zozobra en Ella, sin embargo, Él se inclinó y cogió otra mata de trébol.

—¿Qué hacés?

—Nada.

Ambos se separaron al amanecer, quedando en Ella algo de sobresalto, en ambos el alivio de no reconocerse ya dependientes del vivir simbólico de esa plantita, y en ambos también la pavura que nos viene de todas las situaciones de lo irreparable, cuando acabamos de crear un imposible cualquiera, como en este caso el imposible de saber jamás si vivía y cuál era la plantita que fuera al principio obsequio de amor.


Tercer momento: El torturador de un trébol.


“Por múltiples modos y males me veo sin placeres ni de inteligencia o arte ni sensuales, que se brindan en torno. Me voy quedando sordo habiendo sido la música mi mayor goce; los largos paseos entre los cercos se hacen imposibles por mil detalles de decadencia fisiológica. Y así en las demás cosas…

“Esta plantita de trébol ha sido elegida por mí para el Dolor, entre otras muchas; ¡elegida! ¡pobrecita! Veré si puedo hacerle un mundo de Dolor. Si su Inocencia y su Tortura llegan a tanto que estalle algo en el Ser, en la Universalidad, que clame y logre la Nada para ella y para el todo, la Cesación, pues el mundo es tal que no hay siquiera muerte individual; el cesar del Todo o la eternidad inexorable para todos. La única cesación inteligible es la del Todo; la particular de que el que ha sentido una vez cese de sentir, quedando existente, cesado él, la restante realidad, es una contradicción verbal, una concepción imposible.

“Elegida entre millares, te tocó a ti serlo, serlo para el Dolor. Aún no; ¡desde mañana seré contigo un artista en Dolor!

“Durante tres días, sesenta, setenta horas el viento del verano estuvo constante oscilando dentro de un corto ángulo, fue y volvió de un acento y de una dirección a una pequeña variante de acento y dirección; y la puerta de mi habitación retenida en su batir entre el quicio y una silla que puse para acortar su oscilar, batía sin cesar, y el postigo de mi ventana golpeaba también sin cesar sometido al viento. Sesenta, setenta horas la hoja de la puerta y el postigo cediendo minuto a minuto a su distinta presión, y yo al par, sentado o columpiándome en la silla de hamaca.

“Parece entonces que yo me dije: esto es la Eternidad. Parece que fue por esto que veía yo, por esa formulación de hastío, de no sentido de las cosas, de no finalidad, de todo es lo mismo, dolor, placer, crueldad, bondad, que hubo nacido el pensamiento de hacerme el torturador de una plantita.

“Ensayaré —me repetía— sin intentar ya amar de nuevo, torturar lo más endeble e indefenso, la forma más mansa y herible de la vida: seré el torturador de esta plantita. Esta es la pobrecita elegida entre miles para soportar mi ingenio y empeño torturador. Ya que cuando fue mi ánimo hacer la felicidad de un trébol tuve que renunciar al intento y desterrarlo de mí bajo sentencia de irreconocibilidad, el péndulo de mi pervertida y descalabrada voluntad transporté al otro extremo, surgiendo de súbito en una mutación opuesta, en el malquerer, y alumbró prestamente la idea de martirizar la inocencia y orfandad a fin de obtener el suicidio del Cosmos por vergüenza de que en su seno prosperara una escena tan repulsiva y cobarde. ¡Al fin y al cabo, el Cosmos también me ha creado a mí!

“Yo niego la Muerte, no hay la Muerte aún como ocultación de un ser para otro, cuando para ellos hubo el todo amor; y no la niego solamente como muerte para sí mismo. Si no hay la muerte de quien sintió una vez, ¿por qué no ha de haber el dejar de ser total, aniquilamiento del Todo? Tú sí eres posible, Cesación eterna. En ti nos guareceríamos todos los que no creemos en la muerte y no estamos tampoco conformes con el ser, con la vida. Y creo que el Deseo puede llegar a obrar directamente, sin mediación de nuestro cuerpo, sobre el Cosmos, que la Fe puede mover montañas; creo yo aunque nadie otro creyera.

“No puedo reavivar el lacerante recuerdo de la vida de dolor que sistematicé, ingeniándome cada día en nuevos modos crueles para hacerla padecer sin matarla.

“Como por sobre ascuas tendrá que decir que la colocaba todos los días próxima e intocada de los rayos del sol y tenía la prolijidad de crueldad de alejarla con el avanzar de la mancha del sol. Apenas la regaba para que no muriera y en cambio la rodeaba de recipientes de agua y había inventado fieles rumores de lluvia y lloviznas vecinas que no llegaban a refrescarla. Tentar y no dar… El mundo es una mesa tendida de la Tentación con infinitos embarazos interpuestos y no menor variedad de estorbos que de cosas brindadas. El mundo es de inspiración tantálica: despliegue de un inmenso hacerse desear que se llama Cosmos, o mejor: la Tentación. Todo lo que desea un trébol y todo lo que desea un hombre le es brindado y negado. Yo también pensé: tienta y niega. Mi consigna interior, mi tantalismo, era buscar las exquisitas condiciones máximas de sufrimiento sin tocar a la vida, procurando al contrario la vida más plena, la sensibilidad más viva y excitada para el padecer. Y logré que en esto el dolor de privación tantálica la estremeciera. Mas no podía mirarla ni tocarla; me vencía de repulsión mi propia obra; (cuando la arranqué, en aquella noche tan negra a mi espíritu, no miré hacia donde estaba y su contacto me fue por demás odioso). El rumor de lluvia sin alcanzarle su húmedo frescor hacíala retorcerse. ¡Vergüenza!

“¡Elegida entre millones para un destino de martirio! ¡Elegida! ¡Pobrecita! ¡Oh!, tu Dolor ha de saltar el mundo. Cuando te arranqué ya estabas elegida por mi ansia de atormentar.”


Cuarto momento: El amigo.


Vemos a su amigo Luis entrar a su habitación; y en el centro de ésta detenerse, pálido y hurgando todo en torno con la mirada, agitado.

—Venía a sacarte de aquí para distracción. Pero me he sentido aquí amenazado con un sufrir súbito. ¿Es que aumenta tu malestar?

Él, sentado como pasaba las horas espiando a la plantita reseca y helada entre él y la ventana, separada de la lluvia y del rayo de sol que unos días u otros podían regarla o calentarla, contestó:

—Como siempre.

Agitándose, Luis gritó:

—¿Pero quién sufre aquí? ¡Qué destrozarse, qué agonizar! Me voy a respirar.

Él, avergonzado, rojo de rubor, quedó retorciéndose. Exclamaba, mirando por donde partía Luis: Feliz de él, feliz, feliz.


Quinto momento: Nuevo sonreír.


La fórmula radical, íntima, de lo que él estaba haciendo miserablemente, era la ambición y ansiedad de lograr el reemplazo por la Nada de la Totalidad, de todo lo que hay, lo que hubo, lo que es, de toda la Realidad material y espiritual. Creía que el Cosmos, lo Real, no podría soportar mucho tiempo, avergonzándose de albergar en su ámbito una escena tal de tortura ejercida sobre un primer eslabón de lo viviente más frágil, por el mayor poder y dotación de lo viviente. ¡El hombre tiranizando un trébol! ¡Era para eso que había advenido el Hombre!

La irritación de lo rehusado después de ofrecido enloquece de perversidad a un hombre de máximo pensamiento. De ahí el martirio cobarde, el repugnante complacimiento del mayor poder en una alevosía a un mínimo existir.

Su pensamiento sabía la igual posibilidad de la Nada y el Ser, y creía inteligible y posible una sustitución del Todo-Ser por la Todo-Nada. Él, como el máximo de la Conciencia de Vida, como hombre y hombre excepcional en dotes, era quien podría en un refinamiento último de pensamiento haber hallado el resorte, el talismán que podría determinar la opción del Ser por la Nada; opción o reemplazo o “empujamiento afuera” del Ser por la Nada. Porque verdaderamente, dígaseme si no es así, si no es cierto que no hay elemento alguno mental que pueda decidir que la Nada o el Ser difieran en su posibilidad de darse en grado alguno; si no es totalmente posible que se diera la Nada en lugar del Ser. Esto es cierto, evidente, porque el mundo es o no es, pero si es, es causalístico, y así su cesación, su no ser es causable, aunque el resorte buscado no determinara la cesación del Ser, quizá otro la determinaría… Si el darse el Mundo o la Nada son de absoluta igual posibilidad, en este equilibrio o balanza de Ser y Nada, una brizna, una gota de rocío, un suspiro, un deseo, una idea, pueden tener eficacia para precipitar la alternativa de un Mundo de Ser a un Mundo de No-Ser.

Vendría un día el Salvador-de-Ser…

(Yo lo digo comentando, teorizando lo que él hizo, pero no soy Él)

Pero Ella vino un día:

—Dime, ¿qué hiciste aquella noche, porque yo sentí el opaco rumor de un desenraizar de matita, el sonido de la tierra que apaga el arrancar de una tierna raíz ¿Eso es lo que yo oí?

¡Y entonces: Él se sintió de nuevo en su natural después de una larga peregrinación tras de respuesta, y se echó a llorar en brazos de Ella y la amó de nuevo, inmensamente, como antes! Era un llanto que hacía diez o doce años no lograba derramarse, que hinchaba su corazón, que había querido hacer estallar el mundo, y al serle recordado el gritito, el murmullo abismante del dolorcillo vegetal, de pequeña raíz arrancada, ¡fue eso! lo que necesitó su naturaleza para que el llanto, desbordándose, lavara su ser todo y lo volviera a los días de su plenitud de amor… Un gritito sofocado de raíz doliente entre la tierra, así como pudo decidir hacia el No-Ser toda la Realidad, pudo entonces cambiar toda la vida de Él.

Yo lo creo. Y lo que cree todo el mundo es mucho más de lo que nuestro creer en esto —¿quién se mide en el creer?—; no me digáis, pues, absurdo temerario en el creer. Cualquier mujer cree que la vida del amado puede depender del marchitarse del clavel que le diera si el amado descuida ponerlo en agua en el vaso que ella le regaló otrora. Toda madre cree que el hijo que parte con su “bendición” ya protegido de males. Toda mujer cree que lo que reza con fervor puede sobre los destinos. Todo-es-posible es mi creencia. Así, pues.

Yo lo creo.

No me engaña el verbiario hinchado del plácido ideario de muchos metafísicos, con sus juicios fundados en juicios. Un Hecho, un hecho que enloquezca de humillación, de horror, al Secreto, al Ser-Misterio, el martirio de la Inocencia Vegetal por la máxima personalización de la Conciencia: el Hombre, por el máximo poder no mecánico. Un hecho tal, sin necesidad de verificación, meramente concebido por una conciencia humana, creo que puede estremecer hacia el No-Ser todo lo que es.

Concebido está; luego la Cesación está potencialmente causada; podemos esperarla. Pero la milagrosa re-creación de amor concebida al par por el autor, batallará quizá con aquélla o triunfará más tarde después de realizado el No-Ser. En verdad el continuo psicológico conciencial es una serie de cesaciones y re-creaciones más que un continuo.

Los he visto amarse otra vez; pero no puedo mirarlo a él o escucharlo sin súbito horror. Ojalá nunca me hubiera hecho su terrible confesión.

Macedonio Fernández.

La Memoria de Shakespeare (Fragmentos)

[...]

Le ofrezco la memoria de Shakespeare desde los días más pueriles y antiguos hasta los del principio de abril de 1616.

[...]

No acerté a pronunciar una palabra. Fue como si me ofrecieran el mar.

[...]

Me quedé pensando. ¿No había consagrado yo mi vida, no menos incolora que extraña, a la busca de Shakespeare? ¿No era justo que al fin de la jornada diera con él?

[...]

-Acepto la memoria de Shakespeare.

Algo, sin duda, aconteció, pero no lo sentí.

Apenas un principio de fatiga, acaso imaginaria.

Recuerdo claramente que Thorpe me dijo:

-La memoria ya ha entrado en su conciencia, pero hay que descubrirla. Surgirá en los sueños, en la vigilia, al volver las hojas de un libro o al doblar una esquina. No se impaciente usted, no invente recuerdos. El azar puede favorecerlo o demorarlo, según su misterioso modo. A medida que yo vaya olvidando, usted recordará. No le prometo un plazo.

[...]

Shakespeare sería mío, como nadie lo fue de nadie, ni en el amor, ni en la amistad, ni siquiera en el odio. De algún modo yo sería Shakespeare. No escribiría las tragedias ni los intrincados sonetos, pero recordaría el instante en que me fueron reveladas las brujas, que también son las parcas, y aquel otro en que me fueron dadas las vastas líneas:

And shake the yoke of inauspicious starsFrom this worldweary flesh.

Recordaría a Anne Hathaway como recuerdo a aquella mujer, ya madura, que me enseñó el amor en un departamento de Lübeck, hace ya tantos años.

[...]

Jorge Luis Borges.

(Ver texto completo en Páginas interiores)

De "Papeles de Recien Venido"

De "Papeles de Recien Venido"
"[...] Lo que es difícil de retener es al lector: ¿por dónde andará ahora?. Uno al menos y sin pretensión necesito .Al principio lo había conseguido y no he sabido cuidarlo. Es inmodesto, y quizá le incomodará, haber topado con el único libro en que solamente el autor habla.[...]" . Macedonio Fernández

De "Literaturas Germánicas Medievales"

De "Literaturas Germánicas Medievales"
"Maldon (...) guarda la memoria de una derrota. Se trata de un fragmento; los invasores daneses piden tributo a los sajones, estos responden que lo pagarán con sus viejas espadas. El combate se entabla; los ´lobos de la matanza´, los vikings, apremian a los sajones; el capitán sajón, herido de muerte, agradece a Dios con su último aliento todas las dichas que ha tenido en el mundo. Lo matan y uno de sus hombres, que es un anciano, dice: cuanto menor sea nuestra fuerza, mas animoso debe ser nuestro corazón. Aquí yace nuestro señor, hecho pedazos, el que mas valía, en el polvo. Quien quiera retirarse de este juego, se lamentará para siempre. Mis años ya son muchos, y me quedaré a descansar, junto a mi señor, a quien quiero tanto". Jorge Luis Borges de "Antiguas Literaturas Germánicas".

Xul Solar y Borges

Xul Solar y Borges
"Hombre versado en todas las disciplinas, curioso de todos los arcanos, padre de escrituras, de lenguajes, de utopías, de mitologías y astrólogo, perfecto en la indulgente ironía y en la generosa amistad, Xul Solar es uno de los acontecimientos más singulares de nuestra época". Así se refiere Jorge Luis Borges, a su amigo Xul Solar. El genio de Xul no sólo se expresó mediante la pintura. Liberó también su pulsión inventiva a través de un panajedrez; una panlengua; una recreación del español, el neocriollismo; un tipo de teatro de títeres para adultos. El panajedrez, panjuego, o ajedrez criollo, se diferencia del ajedrez convencional por su cantidad de casillas. Posee 13 en lugar de las ochos habituales. La cantidad de piezas son 60, en lugar de 32, con 30 correspondientes a cada jugador. Las casillas se correlacionan con el tiempo...y las constelaciones y signos zodiacales. La partida se comenzaba fuera del tablero. La anotación de las jugadas puede generar palabras, motivos musicales y pictóricos. El juego así no sólo admite las combinaciones de movimientos sin fin. También permite estimular la creación musical y pictórica. Xul solar convirtió su existencia en irradiación creadora.

Jorge Francisco Isidoro Luis Borges

Jorge Francisco Isidoro Luis Borges
Jorge Luis Borges. Foto Intervención A. M. R.

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