Quién Era Matilde Urbach : por El Escritor Juan Francisco Ferré
Borges en nuestra "Luna de Enfrente" |
Matilde Urbach, personaje cuyas escurridizas
pesquisas, me han llevado a (dar) "La vuelta al mundo", el blog del
escritor Español Juan Francisco Ferré, autor de " El Quijote.
Instrucciones de uso", La Vuelta al Mundo", "La fiesta del Asno”.
Veamos qué puede agregar Ferré al post de Juan Bonilla, que publicara yo, hace
un mes en este blog, sobre el inquietante nombre de mujer, que hiciera decir
a Borges:
“Yo, que tantos hombres he sido, no he sido
nunca
Aquel en cuyo abrazo desfallecía Matilde
Urbach”
A. M. R.
La
Muerte de Matilde Urbach
Se han
dado muchas explicaciones sobre él, o, más bien, ha sido glosado de muy
diversos modos. Se trata, sin duda, del dístico más enigmático de la historia
de la literatura. El autor del jeroglífico no podía ser otro que Borges. Me
refiero al poema Le Regret d´Héraclite, incluido con malicia en el volumen
misceláneo El hacedor (sección Museo) y atribuido a un apócrifo vate prusiano,
Gaspar Camerarius. El lamento ígneo del presocrático por el fluir del tiempo,
lo efímero de la pasión y el goce y la fuga y caducidad de la belleza se
completa con esta nota de ironía trágica, o de tragedia irónica, como se
prefiera:
Yo,
que tantos hombres he sido, no he sido nunca
Aquel
en cuyo abrazo desfallecía Matilde Urbach.
Los
borgianos epidérmicos (es decir, los borgianos profesionales, esos que exhiben
en público su presunta condición de legatarios creativos del maestro sin poseer
otro título para ello que un conocimiento superficial de su obra) se han
desgarrado y desgastado las neuronas buscando el sentido y la fuente de tal
enunciado. Sus hallazgos han sido siempre triviales. O, como diría un discípulo
algebraico de Borges, han computado en cero su novedad. Por supuesto que Borges
estaría ajustando las cuentas con humor incomparable a una novela menor[1] que
considera fallida, como queda claro en su crítica[2], por su premisa de que una
explicación inverosímil sea preferible en una narración fantástica a una
explicación mágica (no obstante, el oxímoron entre el sustantivo “explicación”
y el epíteto “mágica” pareció escapar esta vez a la sutileza habitual de
Borges, dando pie sin pretenderlo a los desmanes “seudomágicos” que padecemos
hoy en exceso). Y que la anécdota amorosa, algo perversa, de una mujer alemana
(la epónima Matilde Urbach) que habría podido amar a cuatro hombres distintos
bajo la misma apariencia, creyéndolos el mismo hombre en ocasiones sucesivas,
no podía sino fascinar al Borges más travieso y juguetón, a pesar de suponer
una alambicada alegoría del impersonal amor a la patria en tiempos de guerra y
el cruento sacrificio de cuerpos viriles a ese generoso amor germánico[3]. Pero
no menos importante para Borges, como lector decepcionado del artefacto de
Cowen, es el uso de la fingida pluralidad de los personajes y la irrisoria
reiteración de las circunstancias como excusa para gastar una broma filosófica
de alcance certero en contra de las concepciones clásicas del tiempo, la
linealidad del arte narrativo y, en suma, de la literatura de ficción como
correlato de las versiones más adocenadas de la realidad.
La
verdadera originalidad de Le Regret d´Héraclite se cifra, sobre todo, en su
postulación de una cesura o hiato entre el yo trascendental y el yo contingente
del sujeto tal y como Paul de Man dilucida la cuestión, en su impagable
análisis de los mecanismos de la ironía, a partir de la novela Lucinda de
Friedrich Schlegel. Si se lee la microficción poética de Borges después de esta
reflexión de De Man ya no quedarán dudas sobre el designio del primero en el
momento de concebirla. Dice De Man, describiendo la instancia subjetiva de la
que procedería todo sustrato irónico del discurso: “el hombre que puede
identificarse con todos los yoes y estar por encima de ellos sin ser él mismo
nada específico, un yo que es infinitamente elástico, infinitamente móvil, un
sujeto infinitamente activo y ágil que está por encima de cualquiera de sus
experiencias”. Me consta que De Man no tenía a Borges en la cabeza (mucho menos
su culterana broma lírica) mientras elucidaba estos argumentos sobre Schlegel,
sino, más bien, a Baudelaire (e, incluso, a Shakespeare).
En consecuencia, no sólo el Borges melancólico de estos
versículos paródicos, sino también el narrador dudoso e infeliz de El Aleph o el
“doble” cuántico de Borges y yo, entre otros narradores autoficcionales de su
obra, caben en esta decisiva tesis de De Man, iluminándose unos a otros como
ecos de una misma voz y una misma posición de discurso. La ironía suprema que
marca la distancia elocutiva entre el actor plural de una vida fallida como
todas y el escritor no menos plural que consigna, desde una remota dimensión
verbal, las desdichadas vicisitudes de esa misma vida. Esta es la clave
fundamental de Borges y de cualquier auténtico creador literario, como también
de cualquier sujeto capaz de entrar en el enrevesado juego de espejos y las
múltiples trampas de la lectura.
Así que en ese críptico epitafio de Borges, el más
literario de los escritores, se encierra todo el secreto de la literatura. Como
la “figura en el tapiz” de Henry James, contiene la compleja verdad de todos
sus textos, de su paradójico lugar de dicción y de las secuelas vitales del
ejercicio de la ficción, y también, qué duda cabe, de todos los demás volúmenes
almacenados en la supernumeraria Biblioteca de Babel. Con un añadido dramático,
si se quiere: el objeto de deseo del escritor (y de su escritura) es nombrado e
identificado de antemano como imposible. El misterio literario se ha resuelto
al fin en una dirección alegórica que escapa a la banalidad referencial en que
suelen desenvolverse los razonamientos de tantos borgianos de escaparate.
Descanse
en paz Matilde Urbach.
[1] Man With Four Lives, del neoyorquino William Joyce
(Joseph) Cowen (1886-1964), narrador, guionista y director de cine, cuyas
estrambóticas ocurrencias Borges también podría haber parodiado en algunas de
las invenciones referidas en su metaliterario relato Examen de la obra de
Herbert Quain
.
[2]
Publicada en la revista El Hogar (14-10-1938) y recopilada en Textos cautivos:
“Todavía más extraño es el argumento de Man with Four Lives (“Hombre de cuatro
vidas”) del norteamericano William Joyce Cowen. Un capitán inglés, en la guerra
de 1918, mata cuatro veces distintas a un mismo capitán alemán: con el mismo
rostro varonil, con el mismo nombre, con el mismo anillo pesado en cuyo sello
de oro hay una torre y la cabeza de un unicornio. Al final, el autor deja
entrever una explicación, que es hermosa: el alemán es un militar desterrado
que proyecta, a fuerza de cavilar, una especie de fantasma corpóreo que guerrea
y muere por la patria más de una vez. En la última hoja, el autor absurdamente
resuelve que una explicación mágica es inferior a una explicación increíble, y
nos propone cuatro hermanos facsimilares, con caras, nombres y unicornios
idénticos. Esa profusión de gemelos, esa inverosímil y cobarde tautología, me
colma de estupor”.
[3] Como curiosidad, añadiré que Cowen, condecorado héroe de la
primera guerra mundial, incurriría en laboriosos despropósitos de similar
ingenio erótico en otra novela de ambientación bélica (They Gave Him a Gun),
que sería adaptada al cine en 1937 por el asalariado artesano W. S. Van Dyke,
con Spencer Tracy como protagonista.
JUAN FRANCISCO FERRÉ
Del blog La Vuelta al mundo
Del blog La Vuelta al mundo
..................................................................................................................................................
[Para
el interesado en rastrear este artículo , con nuevas pistas y
desenmascaramientos, le sugiero , cuatro años después (2015) de
publicado este texto, el siguiente post: "Juan Bonilla reinventa a
Matilde Urbach y logra colarse en Obras Completas de Borges", donde Juan Bonilla alude fieramente a Juan Francisco Ferré. Hoy sabemos que hemos contribuido a difundir un
divertimento de Bonilla, que ya trasciende como verdad legitimada por el editor
de las obras Completas de Borges]