Juan Bonilla Reinventa a Matilde Urbach y Logra Colarse en Obras Completas de Borges

[Película "El Hombre de la Esquina Rosada" 1962]





Han pasado ya tres años desde que conociera el artículo del escritor Juan Bonilla y lo publicara en este blog, acerca de la procedencia de la enigmática Matilde Urbach, en el  celebrado dístico “Le Regret d’Héraclite" de Borges, o más estrictamente de Gaspar Camerarius: “Yo, que tantos hombres he sido, no he sido nunca aquel en cuyo abrazo desfallecía, Matilde Urbach”. Ahora resulta que hemos contribuido a difundir  un divertimento de Bonilla, que ya trasciende como verdad legitimada  por el editor a cargo de las Obras Completas de Borges de Emece, el profesor Rolando Costa Picazo.

“ Que la historia hubiera copiado a la historia
ya era suficientemente pasmoso;
que la historia copie a la literatura es inconcebible...”. 

Es la conjurada intervención temporal del señor de Tlön
con posdatas que instauran objetos
[como en la monografía de Menard]
pero no solamente destinados a las necesidades poéticas.

A.   M. R.


-Sales en las Obras Completas de Borges-, me dice un amigo, y a bote pronto me parece una broma, pero resulta que no, o sea, resulta que sí, que salgo, en una nota a pie de página a Le Regret de Heraclite.  Uf, digo, va siendo hora de dar explicaciones.
Hace un montón de años, cuando yo era un indocumentado y creía que Borges era lo único que le había sucedido al Universo después del Big Bang, se me ocurrió la gracia de buscarle bibliografía a Matilde Urbach, protagonista de un famoso dístico de Borges que dice:

Yo, que tantos hombres he sido, no he sido nunca
 aquel en cuyo abrazo desfallecía Matilde Urbach.



No es que me impidiera dormir no tener idea de dónde se sacó Borges a ese personaje, pero me picaba la curiosidad, y para no tener que rascarme, decidí inventarme una procedencia, como si yo fuera un investigador en la cosa Borges. Se me ocurrió leyendo las reseñas que Borges escribió para la revista El Hogar recopiladas en un tomo publicado por Tusquets. Allí había una reseña sobre una novela titulada Man with four lives de William Joyce Cowen. Borges contaba el argumento de la novela y desestimaba su pobre solución después de haber sabido mantener el vértigo de un enigmático personaje que era asesinado una y otra vez por el mismo capitán inglés. Me dije: de aquí sacó a Matilde Urbach. Y ya está. Escribí un artículo , me inventé que Bioy Casares me había dado la pista, que Javier Marías me consiguió la novela de Joyce Cowen, que la protagonista de la novela era Matilde Urbach, que el hombre de las cuatro vidas -que en realidad eran cuatro gemelos- era el que en algún momento de la novela, al partir a la batalla, decía: "Yo que sólo he sido un hombre, puedo enorgullecerme de ser al menos el hombre en cuyos brazos desfallecía Matilde Urbach". La gracia es que el hombre que decía eso no sabía que no era el único, pues sus otros tres hermanos también creían ser el único en cuyos brazos desfallecía Matilde Urbach. Y sanseacabó. El artículo recibió palmaditas en la espalda, lo recogí luego en un libro, se multiplicó en páginas de internet poco a poco, hasta llegar a colarse ahora como referencia en las Obras Completas de Borges, donde una nota al pie de la página donde está el poema de Borges, informa de la procedencia del nombre de Matilde Urbach utilizando mi artículo/cuento.

Cuando se presentó esa edición, a cargo de Rolando Costa, el diario Claríndestacaba que por fin se revelaban algunos secretos de la obra de Borges, y por poner un ejemplo, escribían:  "un recurso que Borges usaba mucho era inventar escritores. Y atribuirles escritos. Es el caso de Gaspar Camerarius, a quien le atribuye estos versos: 'Yo, que tantos hombres he sido, no he sido nunca/ Aquel en cuyo amor desfallecía Matilde Urbach'. Hubo biógrafos que especularon con que Matilde era un amor del escritor, una pasión desbordante. Pues no, era un juego de Borges: se trababa apenas del personaje de un libro casi desconocido que reseñó alguna vez." En fin.

También, claro, mi hallazgo, mi invención, mi chiste, sirvió para que algunos listos listísimos de los que pululan por la República de las Letras, donde se creen auténticos monarcas, hicieran pasar el descubrimiento como si fuera suyo, lo que no deja de ser enternecedor. Y más aún, para que otros, borgianos de verdad de la buena, no como yo, que sólo era borgiano epidérmico, usaran de trampolín el descubrimiento para llevarlo más lejos, a un precipicio de pedantería que hubiera hecho sonreír a Borges y a mí me hace partirme de la risa. Por ejemplo, el novelista Juan Francisco Ferré, en su blog La vuelta al mundo, escribe (lamento interrumpir su discursito con comentarios puestos entre corchetes):        

Los borgianos epidérmicos -es decir, los borgianos profesionales, esos que exhiben en público su presunta condición de legatarios creativos del maestro sin poseer otro título para ello que un conocimiento superficial de su obra- se han desgarrado y desgastado las neuronas [no será tanto, hombre, Ferré, desgarros ninguno]  buscando el sentido y la fuente del poema. Sus hallazgos han sido siempre triviales. [Y a pesar de la triviliadidad de esos hallazgos, Ferré los va a utilizar enseguida, o mejor dicho, sólo va a utilizar un hallazgo, el mío].   Por supuesto [claro, cómo no, por supuestísimo]   que Borges estaría ajustando las cuentas con humor incomparable[gracias por lo que me toca en eso de incomparable]  a una novela menor -'Man with four Lives' de Joyce Cowen- que considera fallida [y esto Ferré, ¿cómo lo sabe? ¿cómo sabe que ajusta cuentas con la novela de Joyce Cowen? ¿Lo ha descubierto él solito o se habrá servido de algún hallazgo epidérmico, al que naturalmente no cita porque pa' qué?] . Y que la anécdota amorosa, algo perversa, de una mujer alemana -la epónima Matilde Urbach- [ah, vaya, Ferré ha leído la novela de Cowen, menos mal, ha visto y comprobado que la protagonista se llama Matilde Urbach, qué bien, qué riguroso]  que habría podido amar a cuatro hombres distintos bajo la misma apariencia, creyéndolos el mismo hombre en ocasiones sucesivas, no podía sino fascinar al Borges más travieso y juguetón, a pesar de suponer una alambicada alegoría del impersonal amor a la patria en tiempos de guerra y el cruento sacrificio de cuerpos viriles a ese generoso amor germánico. Pero no menos importante para Borges [por supuestísimo otra vez] ,como lector decepcionado del artefacto de Cowen, es el uso de la fingida pluralidad de los personajes y la irrisoria reiteración de las circunstancias como excusa para gastar una broma filosófica de alcance certero en contra de las concepciones clásicas del tiempo, la linealidad del arte narrativo y, en suma, de la literatura de ficción como correlato de las versiones más adocenadas de la realidad. La verdadera originalidad de 'Le Regret d´Héraclite' [la verdadera y única, cabría decir, como formulada por Ferré que es] se cifra en su postulación de una cesura o hiato [¡cesura o hiato, date 'cuen!'] entre el yo trascendental y el yo contingente del sujeto [todos somos contingentes, sólo tú eres trascendental] tal y como Paul de Man dilucida la cuestión, en su impagable análisis de los mecanismos de la ironía, a partir de la novela Lucinda de Friedrich Schlegel. Si se lee la microficción poética de Borges después de esta reflexión de De Man [a ver, un momento, espera, voy a leerla]    ya no quedarán dudas sobre el designio del primero en el momento de concebirla.[ Uy, no sé, todavía me quedan dudas, dudas epidérmicas, claro] .

La primera pregunta que se me ocurre es: ¿cómo tanta gente se limitó a repetir lo que un mengano decía en un libro que no tenía nada de académico y donde había igual un cuento sobre un programa de televisión en el que la gente se disparaba en la cabeza que una serie de invectivas contra el arte abstracto? Ni idea. ¿Cómo nadie fue a la novela de Joyce Cowen para comprobar si lo que decía el articulista era verdad o ficción, sobre todo después de recogerla en un libro en cuya misma solapa ya se hablaba de la mezcla de una y otra? Entiendo que en 1996 no fuera fácil procurarse un ejemplar de la novela, (esa dificultad precisamente era la que me permitía inventarme que Javier Marías me la había conseguido), pero desde hace ya un montón de años cualquiera que quisiera certificar que Matilde Urbach procedía de una novela de Joyce Cowen no tenía más que gastarse los 15 dólares que piden en la red por un ejemplar sin sobrecubierta . Eso es lo que he hecho yo ahora, (me he gastado cuarenta dólares, pero es que la sobrecubierta es lo mejor de la novela y no quería perdérmela). Me he dicho, después de que alguien, en México, me contara que una escritora de allí me citaba como descubridor de la identidad de Matilde Urbach: bueno, hasta aquí llegó la broma. Yo en aquella época hacía muchas bromas de este tipo, me inventaba una cita de Somerset Maugham para justificar el título de un libro, o le adjudicaba a San Agustín una greguería que se me había ocurrido a mí. Cosas así. Lo de Matilde Urbach era una gracieta. Recuerdo que José María Conget escribió un relato que me dedicó para inventarle una nueva procedencia a Matilde Urbach. Recuerdo que José Luis García Martín, para inventar su propia versión de quién era ese personaje, citaba mi texto y decía: es una ficción en un libro en el que los artículos son ficciones y las ficciones artículos. Pero a García Martín deben de leerlo menos que a mí, porque mi texto siguió circulando como si de veras tuviera altura académica, citable. Debe ser el único texto publicado en El Correo de Andalucía que ha llegado a esas cimas. Recuerdo que Fernando Iwasaki siempre que me presentaba a alguien lo hacía diciéndome: este es el hombre que se ha inventado a Matilde Urbach. Recuerdo, en fin, que para nombrarme cónsul en Xerez del Reino de Redonda, Javier Marías (ríe si sabes) me impuso el nombre de "Urbach".

Confieso que entre los días que han separado el momento de pedir la novela y el momento de recibirla, me hice la ilusión de haber acertado a intuir que Borges sacó de verdad de esa novela a Matilde Urbach. Es decir, me decía a mí mismo: a lo mejor, así, por casualidad, por pura intuición, acertaste a descubrir que, en aquella reseña de El Hogar, Borges daba pistas sobre el lugar donde encontró a la famosa protagonista de su poema. Y enseguida me reñía a mí mismo: no seas bobo, sería demasiada suerte. Aunque cosas más raras me han pasado, también es verdad. Como hace ya 20 años de todo aquello, registraba mis recuerdos para estar seguro del todo de que no vi en algún rastreo, en alguna biblioteca, el nombre de Matilde Urbach en la novela de Cowen. Me veía a mí mismo la única vez que hablé 10 minutos con Adolfo Bioy Casares, trataba de recomponer la conversación, incrustar en ella el nombre de Matilde Urbach, pero también enseguida me volvía a reñir: el artículo era invención de principio a fin, una ocurrencia para hacerme el gracioso y disfrazar mi ignorancia de alta erudición y colar como estudio lo que era un chiste sin esperar que nadie me tomara en serio

Por fin llegó la novela. La cubierta, en efecto, es bonita. El texto, bastante peor incluso de lo que sugiere Borges, pues  si bien se presenta como un texto de horror al que al final se le da una explicación racional ridícula, lo cierto es que está escrito con una prisa y una falta de énfasis que parece responder a las exigencias de la novela de kiosco -género al que por formato no pertenece. El propio texto de contratapa parece ideado para excusar esas prisas de la prosa: "No hay tiempo para crear atmósferas -dice- se trata de una historia de acción". La protagonista -aquella a la que mi artículo identificaba como Matilde Urbach- se llama Audrey. Está enamorada de un hombre, al hombre lo matan cuatro veces, tres veces reaparece, la explicación final que tanto decepcionó a Borges y apenas a nosotros porque ya la sabíamos, resulta de todo punto ridícula. En ningún momento, claro, oye la frase que yo hacía recitar a uno de sus amantes y que, en mi artículo, era el origen del poema de Borges. Lo mejor del volumen son las bonitas ilustraciones bélicas de Lynd Ward. Pero naturalmente todo eso es lo de menos ahora. Lo de más es reconocer el 'fake', toda vez que, estaremos de acuerdo, un 'fake' es tanto mejor como tal cuanto más tiempo tarde en ser reconocido como 'fake'. Se podría decir que hay fakes que tardan mucho en ser reconocidos como tales por la sencilla razón de que no les importa a nadie, y en eso también estaremos de acuerdo. Pero es que Matilde Urbach sí parece importar a borgianos profundos, como Ferré, que da por bueno el hallazgo de un borgiano epidérmico, como yo, y desde luego debería haberle importado al propio editor de las Obras Completas de Borges, a quien agradezco mucho que se fiara demasiado de mí, pero a quien recomiendo que la próxima vez me pregunte antes de engalanar con una nota a pie de página el maravilloso e inolvidable dístico de Borges.

Juan Bonilla

Tomado de:

Ver secuencias de publicación en este blog sobre "Matilde Urbach":

Quién era Matilde Urbach de Juan Bonilla: Fecha 7/1/11
Quién Era Matilde Urbach : por El Escritor Juan Francisco Ferré: 8/1/11


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Biografía de Tadeo Isidoro Cruz (1829-1874)

Biografía de Tadeo Isidoro Cruz  (1829-1874)
“[…] Había corregido el pasado; en aquel tiempo debió de considerarse feliz, aunque profundamente no lo era. (Lo esperaba, secreta en el porvenir, una lúcida noche fundamental: la noche en que por fin vio su propia cara, la noche en que por fin escuchó su nombre. Bien entendida, esa noche agota su historia; mejor dicho, un instante de esa noche, un acto de esa noche, porque los actos son nuestro símbolo.) Cualquier destino, por largo y complicado que sea, consta en realidad de un solo momento: el momento en que el hombre sabe para siempre quién es. Cuéntase que Alejandro de Macedonia vio reflejado su futuro de hierro en la fabulosa historia de Aquiles; Carlos XII de Suecia, en la de Alejandro. A Tadeo Isidoro Cruz, que no sabía leer, ese conocimiento no le fue revelado en un libro; se vio a sí mismo en un entrevero y un hombre.[…] J. L. Borges de "Biografía de Tadeo Isidoro Cruz (1829-1874)" [Obra pictórica Jamie Baldridge] http://www.jamiebaldridge.com/

El Aleph (Fragmentos)

La candente mañana de febrero en que Beatriz Viterbo murió, después de una imperiosa agonía que no se rebajó un solo instante ni al sentimentalismo ni al miedo, noté que las carteleras de fierro de la Plaza Constitución habían renovado no sé qué aviso de cigarrillos rubios; el hecho me dolió, pues comprendí que el incesante y vasto universo ya se apartaba de ella y que ese cambio era el primero de una serie infinita. Cambiará el universo, pero yo no, pensé con melancólica vanidad; alguna vez, lo sé, mi vana devoción la había exasperado; muerta, yo podía consagrarme a su memoria, sin esperanza, pero también sin humillación. Consideré que el treinta de abril era su cumpleaños; visitar ese día la casa de la calle Garay para saludar a su padre y a Carlos Argentino Daneri, su primo hermano, era un acto cortés, irreprochable, tal vez ineludible.

[…]

Así, en aniversarios melancólicos y vanamente eróticos, recibí las graduales confidencias de Carlos Argentino Daneri.

[…]

Otras muchas estrofas me leyó que también obtuvieron su aprobación y su comentario profuso. Nada memorable había en ellas; ni siquiera las juzgué mucho peores que la anterior. En su escritura habían colaborado la aplicación, la resignación y el azar; las virtudes que Daneri les atribuía eran posteriores. Comprendí que el trabajo del poeta no estaba en la poesía; estaba en la invención de razones para que la poesía fuera admirable; naturalmente, ese ulterior trabajo modificaba la obra para él, pero no para otros. La dicción oral de Daneri era extravagante; su torpeza métrica le vedó, salvo contadas veces, trasmitir esa extravagancia al poema.

[…]

Este se proponía versificar toda la redondez del planeta; en 1941, ya había despachado unas hectáreas del estado de Queensland, más de un kilómetro del curso del Ob, un gasómetro al norte de Veracruz, las principales casas de comercio de la parroquia de la Concepción, la quinta de Mariana Cambaceres de Alvear en la calle Once de Septiembre, en Belgrano, y un establecimiento de baños turcos no lejos del acreditado acuario de Brighton. Me leyó ciertos laboriosos pasajes de la zona australiana de su poema; esos largos e informes alejandrinos carecían de la relativa agitación del prefacio. Copio una estrofa
Sepan. A manderecha del poste rutinario
(Viniendo, claro está, desde el Nornoroeste)
Se aburre una osamenta –¿Color? Blanquiceleste–

Que da al corral de ovejas catadura de osario.
Que da al corral de ovejas catadura de osario.

[…]

….iban a demoler su casa.

–¡La casa de mis padres, mi casa, la vieja casa inveterada de la calle Garay! –repitió, quizá olvidando su pesar en la melodía.
No me resultó muy difícil compartir su congoja. Ya cumplidos los cuarenta años, todo cambio es un símbolo detestable del pasaje del tiempo; además, se trataba de una casa que, para mí, aludía infinitamente a Beatriz.

[…]

Vaciló y con esa voz llana, impersonal, a que solemos recurrir para confiar algo muy íntimo, dijo que para terminar el poema le era indispensable la casa, pues en un ángulo del sótano había un Aleph. Aclaró que un Aleph es uno de los puntos del espacio que contienen todos los puntos.

[…]

–¿El Aleph? –repetí.
–Sí, el lugar donde están, sin confundirse, todos los lugares del orbe, vistos desde todos los ángulos. A nadie revelé mi descubrimiento, pero volví. ¡El niño no podía comprender que le fuera deparado ese privilegio para que el hombre burilara el poema!

[…]

Corté, antes de que pudiera emitir una prohibición. Basta el conocimiento de un hecho para percibir en el acto una serie de rasgos confirmatorios, antes insospechados; me asombró no haber comprendido hasta ese momento que Carlos Argentino era un loco. Todos esos Viterbo, por lo demás... Beatriz (yo mismo suelo repetirlo) era una mujer, una niña, de una clarividencia casi implacable, pero había en ella negligencias, distracciones, desdenes, verdaderas crueldades, que tal vez reclamaban una explicación patológica. La locura de Carlos Argentino me colmó de maligna felicidad; íntimamente, siempre nos habíamos detestado.

[…]

Arribo, ahora, al inefable centro de mi relato; empieza, aquí, mi desesperación de escritor. Todo lenguaje es un alfabeto de símbolos cuyo ejercicio presupone un pasado que los interlocutores comparten; ¿cómo transmitir a los otros el infinito Aleph, que mi temerosa memoria apenas abarca?

Los místicos, en análogo trance, prodigan los emblemas: para significar la divinidad, un persa habla de un pájaro que de algún modo es todos los pájaros; Alanus de Insulis, de una esfera cuyo centro está en todas partes y la circunferencia en ninguna; Ezequiel, de un ángel de cuatro caras que a un tiempo se dirige al Oriente y al Occidente, al Norte y al Sur. (No en vano rememoro esas inconcebibles analogías; alguna relación tienen con el Aleph.) Quizá los dioses no me negarían el hallazgo de una imagen equivalente, pero este informe quedaría contaminado de literatura, de falsedad. Por lo demás, el problema central es irresoluble: la enumeración, siquiera parcial, de un conjunto infinito. En ese instante gigantesco, he visto millones de actos deleitables o atroces; ninguno me asombró como el hecho de que todos ocuparan el mismo punto, sin superposición y sin transparencia. Lo que vieron mis ojos fue simultáneo: lo que transcribiré, sucesivo, porque el lenguaje lo es. Algo, sin embargo, recogeré.

[…]

¿Existe ese Aleph en lo íntimo de una piedra? ¿Lo he visto cuando vi todas las cosas y lo he olvidado? Nuestra mente es porosa para el olvido; yo mismo estoy falseando y perdiendo, bajo la trágica erosión de los años, los rasgos de Beatriz.

[…]

Fragmentos del cuento de Jorge Luis Borgs "El Aleph", de su libro homónimo.

(Leer texto completo en páginas interiores


Macedonio Fernández

Macedonio Fernández
“[...] Desde mañana seré contigo un artista en dolor”. “Cuando te arranqué ya estabas elegida por mi ansia de atormentar". “Elegida entre millones para un destino de martirio."Tienta y niega"."El mundo es una mesa tendida de la tentación con infinitos embarazos interpuestos y no de menor variedad de estorbos que de cosas brindadas [...]" De "El Torturador de un Trébol ".M. F.

De "Utopia de un hombre que está cansado"

De "Utopia de un hombre que está cansado"
"[...] -Nadie puede leer dos mil libros. En los cuatro siglos que vivo no habré pasado de una media docena. Además no importa leer sino releer. La imprenta, ahora abolida, ha sido uno de los peores males del hombre, ya que tendió a multiplicar hasta el vértigo textos innecesarios[...]"

"Tantalia el mundo es de inspiración Tantálica"


Primer momento: El cuidador de una plantita.

Él acaba por convencerse de que su sentimentalidad, aptitud de simpatía, que viene desde tiempo luchando por recuperar, está agotada, y en los sufrimientos de este descubrimiento cavila y halla por fin que quizá el cuidado de una plantita endeble, de una mínima vida, de lo más necesitado de cariño, debiera ser el comienzo de la reeducación de su sentimentalidad.

Ocurre que pocos días después de esta meditación y proyectos en suspenso, Ella, sin sospechar tales cavilaciones pero movida por una aprensión vaga del empobrecimiento afectivo en él, le envía por regalo una plantita de trébol.

Él resuelve adoptarla para iniciar el procedimiento entrevisto. La cuida con entusiasmo durante un tiempo y cada vez más se percata de la infinidad de atenciones y protecciones, expuestas a un descuido fatal, exigidas para la seguridad de la vida por un ser tan débil, al que un gato, una helada, un golpe, sed, calor, viento, amenazan. Se siente intimidado por la posibilidad de verla morirse un día por mínimo descuido; pero no es sólo el temor de perderla para su cariño, sino que conversando con Ella, cavilosos como todos los que están en la pasión, y más cuando en esa pasión uno decae, llegan a la obsesión de que exista algún nexo de destinos entre el vivir de la plantita y su vivir o el de su amor. Fue Ella la que un día vino a decirle que ese trébol fuera el símbolo del vivir del amor.

Empiezan a temer que la plantita muera y muera así, uno u otro, y lo que es más: el amor, única muerte que hay. Se ven sucesivamente, meditando en coloquios, creciendo el pavor a que se ven sujetos. Deciden entonces anular la identidad reconocible de esta plantita para que, eludiendo el mal presagio de matarla, nada haya identificable en el mundo a cuyo existir esté supeditada la vida y amor de ellos; y al par así, sitúanse en la asegurada ignorancia de no saber nunca si aquel existir vegetal que tan singularmente se había hecho parte en las vicisitudes de una pasión humana, se muere o vive. Resuelven, entonces, de noche, en un paraje no reconocible para ellos, perderla en un vasto trebolar.


Segundo momento: Identidad de una mata de trébol.


Pero la excitación que iba creciendo desde algún tiempo en Él, y el desencanto de ambos por haber tenido que renunciar a la comenzada tentativa de reeducación de su sensibilidad y al hábito y cariño de cuidar a la plantita que alboreaba en Él, se traduce en un acto oculto que realiza al retorno de esa labor de olvidación en las sombras. En el trayecto, sin que lo advirtiera de fijo pero con algún pulso de zozobra en Ella, sin embargo, Él se inclinó y cogió otra mata de trébol.

—¿Qué hacés?

—Nada.

Ambos se separaron al amanecer, quedando en Ella algo de sobresalto, en ambos el alivio de no reconocerse ya dependientes del vivir simbólico de esa plantita, y en ambos también la pavura que nos viene de todas las situaciones de lo irreparable, cuando acabamos de crear un imposible cualquiera, como en este caso el imposible de saber jamás si vivía y cuál era la plantita que fuera al principio obsequio de amor.


Tercer momento: El torturador de un trébol.


“Por múltiples modos y males me veo sin placeres ni de inteligencia o arte ni sensuales, que se brindan en torno. Me voy quedando sordo habiendo sido la música mi mayor goce; los largos paseos entre los cercos se hacen imposibles por mil detalles de decadencia fisiológica. Y así en las demás cosas…

“Esta plantita de trébol ha sido elegida por mí para el Dolor, entre otras muchas; ¡elegida! ¡pobrecita! Veré si puedo hacerle un mundo de Dolor. Si su Inocencia y su Tortura llegan a tanto que estalle algo en el Ser, en la Universalidad, que clame y logre la Nada para ella y para el todo, la Cesación, pues el mundo es tal que no hay siquiera muerte individual; el cesar del Todo o la eternidad inexorable para todos. La única cesación inteligible es la del Todo; la particular de que el que ha sentido una vez cese de sentir, quedando existente, cesado él, la restante realidad, es una contradicción verbal, una concepción imposible.

“Elegida entre millares, te tocó a ti serlo, serlo para el Dolor. Aún no; ¡desde mañana seré contigo un artista en Dolor!

“Durante tres días, sesenta, setenta horas el viento del verano estuvo constante oscilando dentro de un corto ángulo, fue y volvió de un acento y de una dirección a una pequeña variante de acento y dirección; y la puerta de mi habitación retenida en su batir entre el quicio y una silla que puse para acortar su oscilar, batía sin cesar, y el postigo de mi ventana golpeaba también sin cesar sometido al viento. Sesenta, setenta horas la hoja de la puerta y el postigo cediendo minuto a minuto a su distinta presión, y yo al par, sentado o columpiándome en la silla de hamaca.

“Parece entonces que yo me dije: esto es la Eternidad. Parece que fue por esto que veía yo, por esa formulación de hastío, de no sentido de las cosas, de no finalidad, de todo es lo mismo, dolor, placer, crueldad, bondad, que hubo nacido el pensamiento de hacerme el torturador de una plantita.

“Ensayaré —me repetía— sin intentar ya amar de nuevo, torturar lo más endeble e indefenso, la forma más mansa y herible de la vida: seré el torturador de esta plantita. Esta es la pobrecita elegida entre miles para soportar mi ingenio y empeño torturador. Ya que cuando fue mi ánimo hacer la felicidad de un trébol tuve que renunciar al intento y desterrarlo de mí bajo sentencia de irreconocibilidad, el péndulo de mi pervertida y descalabrada voluntad transporté al otro extremo, surgiendo de súbito en una mutación opuesta, en el malquerer, y alumbró prestamente la idea de martirizar la inocencia y orfandad a fin de obtener el suicidio del Cosmos por vergüenza de que en su seno prosperara una escena tan repulsiva y cobarde. ¡Al fin y al cabo, el Cosmos también me ha creado a mí!

“Yo niego la Muerte, no hay la Muerte aún como ocultación de un ser para otro, cuando para ellos hubo el todo amor; y no la niego solamente como muerte para sí mismo. Si no hay la muerte de quien sintió una vez, ¿por qué no ha de haber el dejar de ser total, aniquilamiento del Todo? Tú sí eres posible, Cesación eterna. En ti nos guareceríamos todos los que no creemos en la muerte y no estamos tampoco conformes con el ser, con la vida. Y creo que el Deseo puede llegar a obrar directamente, sin mediación de nuestro cuerpo, sobre el Cosmos, que la Fe puede mover montañas; creo yo aunque nadie otro creyera.

“No puedo reavivar el lacerante recuerdo de la vida de dolor que sistematicé, ingeniándome cada día en nuevos modos crueles para hacerla padecer sin matarla.

“Como por sobre ascuas tendrá que decir que la colocaba todos los días próxima e intocada de los rayos del sol y tenía la prolijidad de crueldad de alejarla con el avanzar de la mancha del sol. Apenas la regaba para que no muriera y en cambio la rodeaba de recipientes de agua y había inventado fieles rumores de lluvia y lloviznas vecinas que no llegaban a refrescarla. Tentar y no dar… El mundo es una mesa tendida de la Tentación con infinitos embarazos interpuestos y no menor variedad de estorbos que de cosas brindadas. El mundo es de inspiración tantálica: despliegue de un inmenso hacerse desear que se llama Cosmos, o mejor: la Tentación. Todo lo que desea un trébol y todo lo que desea un hombre le es brindado y negado. Yo también pensé: tienta y niega. Mi consigna interior, mi tantalismo, era buscar las exquisitas condiciones máximas de sufrimiento sin tocar a la vida, procurando al contrario la vida más plena, la sensibilidad más viva y excitada para el padecer. Y logré que en esto el dolor de privación tantálica la estremeciera. Mas no podía mirarla ni tocarla; me vencía de repulsión mi propia obra; (cuando la arranqué, en aquella noche tan negra a mi espíritu, no miré hacia donde estaba y su contacto me fue por demás odioso). El rumor de lluvia sin alcanzarle su húmedo frescor hacíala retorcerse. ¡Vergüenza!

“¡Elegida entre millones para un destino de martirio! ¡Elegida! ¡Pobrecita! ¡Oh!, tu Dolor ha de saltar el mundo. Cuando te arranqué ya estabas elegida por mi ansia de atormentar.”


Cuarto momento: El amigo.


Vemos a su amigo Luis entrar a su habitación; y en el centro de ésta detenerse, pálido y hurgando todo en torno con la mirada, agitado.

—Venía a sacarte de aquí para distracción. Pero me he sentido aquí amenazado con un sufrir súbito. ¿Es que aumenta tu malestar?

Él, sentado como pasaba las horas espiando a la plantita reseca y helada entre él y la ventana, separada de la lluvia y del rayo de sol que unos días u otros podían regarla o calentarla, contestó:

—Como siempre.

Agitándose, Luis gritó:

—¿Pero quién sufre aquí? ¡Qué destrozarse, qué agonizar! Me voy a respirar.

Él, avergonzado, rojo de rubor, quedó retorciéndose. Exclamaba, mirando por donde partía Luis: Feliz de él, feliz, feliz.


Quinto momento: Nuevo sonreír.


La fórmula radical, íntima, de lo que él estaba haciendo miserablemente, era la ambición y ansiedad de lograr el reemplazo por la Nada de la Totalidad, de todo lo que hay, lo que hubo, lo que es, de toda la Realidad material y espiritual. Creía que el Cosmos, lo Real, no podría soportar mucho tiempo, avergonzándose de albergar en su ámbito una escena tal de tortura ejercida sobre un primer eslabón de lo viviente más frágil, por el mayor poder y dotación de lo viviente. ¡El hombre tiranizando un trébol! ¡Era para eso que había advenido el Hombre!

La irritación de lo rehusado después de ofrecido enloquece de perversidad a un hombre de máximo pensamiento. De ahí el martirio cobarde, el repugnante complacimiento del mayor poder en una alevosía a un mínimo existir.

Su pensamiento sabía la igual posibilidad de la Nada y el Ser, y creía inteligible y posible una sustitución del Todo-Ser por la Todo-Nada. Él, como el máximo de la Conciencia de Vida, como hombre y hombre excepcional en dotes, era quien podría en un refinamiento último de pensamiento haber hallado el resorte, el talismán que podría determinar la opción del Ser por la Nada; opción o reemplazo o “empujamiento afuera” del Ser por la Nada. Porque verdaderamente, dígaseme si no es así, si no es cierto que no hay elemento alguno mental que pueda decidir que la Nada o el Ser difieran en su posibilidad de darse en grado alguno; si no es totalmente posible que se diera la Nada en lugar del Ser. Esto es cierto, evidente, porque el mundo es o no es, pero si es, es causalístico, y así su cesación, su no ser es causable, aunque el resorte buscado no determinara la cesación del Ser, quizá otro la determinaría… Si el darse el Mundo o la Nada son de absoluta igual posibilidad, en este equilibrio o balanza de Ser y Nada, una brizna, una gota de rocío, un suspiro, un deseo, una idea, pueden tener eficacia para precipitar la alternativa de un Mundo de Ser a un Mundo de No-Ser.

Vendría un día el Salvador-de-Ser…

(Yo lo digo comentando, teorizando lo que él hizo, pero no soy Él)

Pero Ella vino un día:

—Dime, ¿qué hiciste aquella noche, porque yo sentí el opaco rumor de un desenraizar de matita, el sonido de la tierra que apaga el arrancar de una tierna raíz ¿Eso es lo que yo oí?

¡Y entonces: Él se sintió de nuevo en su natural después de una larga peregrinación tras de respuesta, y se echó a llorar en brazos de Ella y la amó de nuevo, inmensamente, como antes! Era un llanto que hacía diez o doce años no lograba derramarse, que hinchaba su corazón, que había querido hacer estallar el mundo, y al serle recordado el gritito, el murmullo abismante del dolorcillo vegetal, de pequeña raíz arrancada, ¡fue eso! lo que necesitó su naturaleza para que el llanto, desbordándose, lavara su ser todo y lo volviera a los días de su plenitud de amor… Un gritito sofocado de raíz doliente entre la tierra, así como pudo decidir hacia el No-Ser toda la Realidad, pudo entonces cambiar toda la vida de Él.

Yo lo creo. Y lo que cree todo el mundo es mucho más de lo que nuestro creer en esto —¿quién se mide en el creer?—; no me digáis, pues, absurdo temerario en el creer. Cualquier mujer cree que la vida del amado puede depender del marchitarse del clavel que le diera si el amado descuida ponerlo en agua en el vaso que ella le regaló otrora. Toda madre cree que el hijo que parte con su “bendición” ya protegido de males. Toda mujer cree que lo que reza con fervor puede sobre los destinos. Todo-es-posible es mi creencia. Así, pues.

Yo lo creo.

No me engaña el verbiario hinchado del plácido ideario de muchos metafísicos, con sus juicios fundados en juicios. Un Hecho, un hecho que enloquezca de humillación, de horror, al Secreto, al Ser-Misterio, el martirio de la Inocencia Vegetal por la máxima personalización de la Conciencia: el Hombre, por el máximo poder no mecánico. Un hecho tal, sin necesidad de verificación, meramente concebido por una conciencia humana, creo que puede estremecer hacia el No-Ser todo lo que es.

Concebido está; luego la Cesación está potencialmente causada; podemos esperarla. Pero la milagrosa re-creación de amor concebida al par por el autor, batallará quizá con aquélla o triunfará más tarde después de realizado el No-Ser. En verdad el continuo psicológico conciencial es una serie de cesaciones y re-creaciones más que un continuo.

Los he visto amarse otra vez; pero no puedo mirarlo a él o escucharlo sin súbito horror. Ojalá nunca me hubiera hecho su terrible confesión.

Macedonio Fernández.

La Memoria de Shakespeare (Fragmentos)

[...]

Le ofrezco la memoria de Shakespeare desde los días más pueriles y antiguos hasta los del principio de abril de 1616.

[...]

No acerté a pronunciar una palabra. Fue como si me ofrecieran el mar.

[...]

Me quedé pensando. ¿No había consagrado yo mi vida, no menos incolora que extraña, a la busca de Shakespeare? ¿No era justo que al fin de la jornada diera con él?

[...]

-Acepto la memoria de Shakespeare.

Algo, sin duda, aconteció, pero no lo sentí.

Apenas un principio de fatiga, acaso imaginaria.

Recuerdo claramente que Thorpe me dijo:

-La memoria ya ha entrado en su conciencia, pero hay que descubrirla. Surgirá en los sueños, en la vigilia, al volver las hojas de un libro o al doblar una esquina. No se impaciente usted, no invente recuerdos. El azar puede favorecerlo o demorarlo, según su misterioso modo. A medida que yo vaya olvidando, usted recordará. No le prometo un plazo.

[...]

Shakespeare sería mío, como nadie lo fue de nadie, ni en el amor, ni en la amistad, ni siquiera en el odio. De algún modo yo sería Shakespeare. No escribiría las tragedias ni los intrincados sonetos, pero recordaría el instante en que me fueron reveladas las brujas, que también son las parcas, y aquel otro en que me fueron dadas las vastas líneas:

And shake the yoke of inauspicious starsFrom this worldweary flesh.

Recordaría a Anne Hathaway como recuerdo a aquella mujer, ya madura, que me enseñó el amor en un departamento de Lübeck, hace ya tantos años.

[...]

Jorge Luis Borges.

(Ver texto completo en Páginas interiores)

De "Papeles de Recien Venido"

De "Papeles de Recien Venido"
"[...] Lo que es difícil de retener es al lector: ¿por dónde andará ahora?. Uno al menos y sin pretensión necesito .Al principio lo había conseguido y no he sabido cuidarlo. Es inmodesto, y quizá le incomodará, haber topado con el único libro en que solamente el autor habla.[...]" . Macedonio Fernández

De "Literaturas Germánicas Medievales"

De "Literaturas Germánicas Medievales"
"Maldon (...) guarda la memoria de una derrota. Se trata de un fragmento; los invasores daneses piden tributo a los sajones, estos responden que lo pagarán con sus viejas espadas. El combate se entabla; los ´lobos de la matanza´, los vikings, apremian a los sajones; el capitán sajón, herido de muerte, agradece a Dios con su último aliento todas las dichas que ha tenido en el mundo. Lo matan y uno de sus hombres, que es un anciano, dice: cuanto menor sea nuestra fuerza, mas animoso debe ser nuestro corazón. Aquí yace nuestro señor, hecho pedazos, el que mas valía, en el polvo. Quien quiera retirarse de este juego, se lamentará para siempre. Mis años ya son muchos, y me quedaré a descansar, junto a mi señor, a quien quiero tanto". Jorge Luis Borges de "Antiguas Literaturas Germánicas".

Xul Solar y Borges

Xul Solar y Borges
"Hombre versado en todas las disciplinas, curioso de todos los arcanos, padre de escrituras, de lenguajes, de utopías, de mitologías y astrólogo, perfecto en la indulgente ironía y en la generosa amistad, Xul Solar es uno de los acontecimientos más singulares de nuestra época". Así se refiere Jorge Luis Borges, a su amigo Xul Solar. El genio de Xul no sólo se expresó mediante la pintura. Liberó también su pulsión inventiva a través de un panajedrez; una panlengua; una recreación del español, el neocriollismo; un tipo de teatro de títeres para adultos. El panajedrez, panjuego, o ajedrez criollo, se diferencia del ajedrez convencional por su cantidad de casillas. Posee 13 en lugar de las ochos habituales. La cantidad de piezas son 60, en lugar de 32, con 30 correspondientes a cada jugador. Las casillas se correlacionan con el tiempo...y las constelaciones y signos zodiacales. La partida se comenzaba fuera del tablero. La anotación de las jugadas puede generar palabras, motivos musicales y pictóricos. El juego así no sólo admite las combinaciones de movimientos sin fin. También permite estimular la creación musical y pictórica. Xul solar convirtió su existencia en irradiación creadora.

Jorge Francisco Isidoro Luis Borges

Jorge Francisco Isidoro Luis Borges
Jorge Luis Borges. Foto Intervención A. M. R.

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