Libros

agosto 04, 2015

"Yo entonces soy una reedición de lo que usted escribió sobre los de Comala" [Borges y Rulfo]


La vanidad y la nostalgia hacen que Borges fabule un encuentro imposible con Lugones, en donde el poeta de los endecasílabos a la luna, recibe de sus manos el libro “El Hacedor”, al punto que aprueba alguno de sus versos. Habían pasado ya veintidós años desde que Lugones tomara la más unívoca de las determinaciones que un hombre puede tomar, allá por el Delta del Paraná, negando toda posibilidad del encuentro en 1960; y sin saberlo, sujeto a una nueva contingencia, ahora que el hipotético encuentro pudiese ser real, o al menos verosímil, a partir de 1986.

Sí, Borges lo había avizorado desde el prólogo mismo a "El Hacedor", veintiséis años antes, cuando entendió que llegado el día de su muerte, se confundirían los tiempos, y la cronología se perdería en un orbe de símbolos y de algún modo sería justo afirmar que él le había traído el libro y que Lugones lo había aceptado.

Acaso también la vanidad y nostalgia hicieron que algún otro, aprovechando esa pericia temporal de confusión de tiempos y de cronologías y de orbes y de símbolos, tramara el entrañable encuentro entre Borges y Rulfo, dos grandes que siempre nos quedaron muy lejos, y cuya última fecha abstracta, dista apenas de cinco meses, en un año que ya nunca olvidamos, 1986. 

El mundo desde entonces fue un poco más pobre.

A. M. R. 


Encuentro de Juan Rulfo y Jorge Luis Borges México 1973
(De "Cuadernos en Marcha")


Jorge Luis Borges visitó la ciudad de México en 1973. Amable, accedió a todos los «impiadosos compromisos» que, según sus palabras, «confundían a un modesto autor con un pésimo actor». De la breve entrevista que sostuvo con el Licenciado Luis Echeverría se sabe poco. El extinto periodista colombiano Miguel Cantero le preguntó meses después por la impresión causó el mandatario. A lo cual Borges respondió:

«Nunca me tomé en serio. Pero si ése es el presidente, prefiero no imaginar al gobierno». A su llegada al país, el escritor argentino «pidió un favor» a sus anfitriones. Quería hablar con Juan Rulfo. Le sugirieron entonces un desayuno. «Pido clemencia -respondió-. Prefiero los atardeceres. Las mañanas me derrotan. Ya no tengo el brío ni las fuerzas para entregar al día lo que se merece. Hoy el crepúsculo me sienta mejor. Sólo quiero conversar con mi amigo Rulfo».


RULFO: Maestro, soy yo, Rulfo. Qué bueno que ya llegó. Usted sabe cómo lo estimamos y lo admiramos. 

BORGES: Finalmente, Rulfo. Ya no puedo ver a un país, pero lo puedo escuchar. Y escucho tanta amabilidad. Ya había olvidado la verdadera dimensión de esta gran costumbre. Pero no me llame Borges y menos "maestro", dígame Jorge Luis. 

RULFO: Que amable. Usted dígame entonces Juan. 

BORGES: Le voy a ser sincero. Me gusta más Juan que Jorge Luis, con sus cuatro letras tan breves y tan definitivas. La brevedad ha sido siempre una de mis predilecciones.

RULFO: No, eso sí que no. Juan, cualquiera, pero Jorge Luis, sólo Borges. 

BORGES: Usted tan atento como siempre. Dígame, ¿cómo ha estado últimamente? 

RULFO: ¿Yo? Pues muriéndome, muriéndome por ahí. 

BORGES: Entonces no le ha ido tan mal. 

RULFO: ¿Cómo así? 

BORGES: Imagínese, don Juan, lo desdichado que seríamos si fuéramos inmortales. 

RULFO: Sí, verdad. Después anda uno por ahí muerto haciendo como si estuviera uno vivo. 

BORGES: Le voy a confesar un secreto. Mi abuelo, el general, decía que no se llamaba Borges, que su nombre verdadero era otro, secreto. Sospecho que se llamaba Pedro Páramo. Yo entonces soy una reedición de lo que usted escribió sobre los de Comala. 

RULFO: Así ya me puedo morir en serio. 


(Publicado en "Cuadernos de Marcha", revista que marcó toda una época en la Sudamérica de la segunda mitad de siglo XX, hasta 1974 cuando fue cerrada por la Dictadura, y luego retomada en México por su director Carlos Quijano)

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