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Bernard Shaw y Jorge Luis Borges en el blog Borges en el Museo de la Novela de la Eterna |
[24/24 Borges. Día 7. Agosto mes de Borges]
(De los más breves y esclarecedores ensayos
sobre el acto de la lectura, la literatura y la función del escritor)
Si
la literatura no fuera más que un álgebra verbal, cualquiera podría producir
cualquier libro, a fuerza de ensayar variaciones. La lapidaria fórmula Todo
fluye abrevia en dos palabras la filosofía de Heráclito: Raimundo
Lulio nos diría que, dada la primera, basta ensayar los verbos intransitivos
para descubrir la segunda y obtener, gracias al metódico azar, esa filosofía, y
otras muchísimas. Cabría responder que la fórmula obtenida por eliminación,
carecería de valor y hasta de sentido; para que tenga alguna virtud debemos
concebirla en función de Heráclito, en función de una experiencia de Heráclito,
aunque «Heráclito» no sea otra cosa que el presumible sujeto de esa experiencia.
He dicho que un libro es un diálogo, una forma de relación; en el diálogo, un
interlocutor no es la suma o promedio de lo que dice: puede no hablar y
traslucir que es inteligente, puede emitir observaciones inteligentes y
traslucir estupidez. Con la literatura ocurre lo mismo; D'Artagnan ejecuta
hazañas innúmeras y Don Quijote es apaleado y escarnecido, pero el valor de Don
Quijote se siente más. Lo anterior nos conduce a un problema estético no
planteado hasta ahora: ¿Puede un autor crear personajes superiores a él? Yo
respondería que no y en esa negación abarcaría lo intelectual y lo moral.
Pienso que de nosotros no saldrán criaturas más lúcidas o más nobles que
nuestros mejores momentos. En ese parecer fundo mi convicción de la
preeminencia de Shaw. Los problemas gremiales y municipales de las primeras
obras perderán su interés, o ya lo perdieron; las bromas de los Pleasant
Plays corren el albur de ser, algún día, no menos incómodas que las de
Shakespeare (el humorismo es, lo sospecho, un género oral, un súbito favor de
la conversación, no una cosa escrita); las ideas que declaran los prólogos y
las elocuentes tiradas se buscarán en Schopenhauer y en Samuel Butler [46];pero
Lavinia, Blanco Posnet, Keegan, Shotover, Richard Dudgeon, y, sobre todo, Julio
César, exceden a cualquier personaje imaginado por el arte de nuestro tiempo.
Pensar a Monsieur Teste junto a ellos o al histriónico Zarathustra de Nietzsche
es intuir con asombro y aun con escándalo la primacía de Shaw. En 1911, Albert
Soergel pudo escribir, repitiendo un lugar común de la época, «Bernard Shaw es
un aniquilador del concepto heroico, un matador de héroes» (Dichtung und
Dichter der Zeit, 214); no comprendía que lo heroico prescindiera de lo
romántico y se encarnara en el capitán Bluntschli de Arms and the Man, no
en Sergio Saránoff… La biografía de Bernard Shaw por Frank Harris encierra una
admirable carta de aquél, de la que copio estas palabras: «Yo comprendo todo y
a todos y soy nada y soy nadie». De esa nada (tan comparable a la de Dios antes
de crear el mundo, tan comparable a la divinidad primordial que otro irlandés,
Juan Escoto Erígena, llamó Nihil), Bernard Shaw edujo casi
innumerables personas, o dramatis personae: la más efímera será, lo
sospecho, aquel G. B. S. que lo representó ante la gente y que prodigó en las
columnas de los periódicos tantas fáciles agudezas.
Los
temas fundamentales de Shaw son la filosofía y la ética: es natural e
inevitable que no sea valorado en este país, o que lo sea únicamente en función
de algunos epigramas. El argentino siente que el universo no es otra cosa que
una manifestación del azar, que el fortuito concurso de átomos de Demócrito; la
filosofía no le interesa. La ética tampoco: lo social se reduce, para él, a un
conflicto de individuos o de clases o de naciones, en el que todo es lícito,
salvo ser escarnecido o vencido.
El
carácter del hombre y sus variaciones son el tema esencial de la novela de
nuestro tiempo; la lírica es la complaciente magnificación de venturas o
desventuras amorosas; las filosofías de Heidegger y de Jaspers hacen de cada
uno de nosotros el interesante interlocutor de un diálogo secreto y continuo
con la nada o con la divinidad; estas disciplinas, que formalmente pueden ser
admirables, fomentan esa ilusión del yo que el Vedanta reprueba
como error capital. Suelen jugar a la desesperación y a la angustia, pero en el
fondo halagan la vanidad; son, en tal sentido, inmorales. La obra de Shaw, en
cambio, deja un sabor de liberación. El sabor de las doctrinas del Pórtico y el
sabor de las sagas.
Buenos
Aires, 1951
De su libro “Otras inquisiciones” (1952)
De su libro “Otras inquisiciones” (1952)
Notas
[45]
Así las interpretaron Milton y Dante, a juzgar por ciertos pasajes que parecen
imitativos. En la Comedia (Infierno, I, 60; V, 28)
tenemos: d'ogni luce muto y dove il sol tace para significar
lugares oscuros; en el Samon Agonistes (86-89):
The
Sun to me is dark
And
silent as the Mom,
When
she deserts the night
Hid
in her vacant interlunar cave.
Cf.
E. M. W. Tillyard, The Miltonic Setting, 101.
[46]
También en Swedenborg. En Man and Superman se lee que el
Infierno no es un establecimiento penal sino un estado que los pecadores
muertos eligen, por razones de íntima afinidad, como los bienaventurados el
Cielo; el tratado De Coelo et Inferno, de Swedenborg, publicado en
1758, expone la misma doctrina.
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