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Imagen del artista Mariano Villalba en Borges en el Museo de la Novela de la Eterna |
[24/24 Borges: Día 5. Agosto, mes de Borges]
Cide Hamete Benengeli, el autor árabe de "Historia de don Quijote de la Mancha", que ya cumplió cuatrocientos y tantos años, de haber sido mandado a traducir por Cervantes, y cuatrocientos y tantos años también, de haber sido reescrito por el mismo Cervantes, como "El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha", es objeto de nuevas traducciones y reescrituras sin fin. Borges mismo, a expensas de que se ignorase el paradero del cartapacio y de los papeles viejos que constituían el manuscrito de Benengeli, comprado por Cervantes en el Alcaná de Toledo, lo hace aparecer y desaparecer entre los libros que Alonso Quijano tuvo en sus manos y no leyó, y que fueron sometidos al "castigo del fuego" por el cura y barbero, en procura del buen juicio de Quijano, de su cordura, la menos quijotesca o por qué no, la mayor de las quijotadas.
Borges retrotrae la figura tal vez falaz pero decididamente eficaz , que también él ensayó, la del manuscrito hallado, y del autor apócrifo.
"El acto del libro"
Entre los libros de la biblioteca había uno,
escrito en lengua arábiga, que un soldado adquirió por unas monedas en el
Alcana de Toledo y que los orientalistas ignoran, salvo en la versión
castellana. Ese libro era mágico y registraba de manera profética los hechos y
palabras de un hombre desde la edad de cincuenta años hasta el día de su
muerte, que ocurriría en 1614.
Nadie dará con aquel libro, que pereció en la
famosa conflagración que ordenaron un cura y un barbero, amigo personal del
soldado, como se lee en el sexto capítulo.
El hombre tuvo el libro en las manos y no lo
leyó nunca, pero cumplió minuciosamente el destino que había soñado el árabe y
seguirá cumpliéndolo siempre, porque su aventura ya es parte de la larga
memoria de los pueblos.
¿Acaso es más extraña esta fantasía que la
predestinación del Islam que postula un Dios, o que el libre albedrío, que nos
da la terrible potestad de elegir el infierno?
J. L. Borges
De su libro "La cifra" 1977
"Un problema"
Imaginemos que en Toledo se descubre
un papel con un texto arábigo y que los
paleógrafos lo declaran de puño y
letra de aquel Cide Hamete Benengeli de quien
Cervantes derivo el Don
Quijote. En el texto leemos que el héroe (que, como es fama, recorría los caminos
de España, armado de espada y de lanza, y desafiaba por cualquier motivo a
cualquiera) descubre, al cabo de uno de sus muchos combates, que ha dado muerte
a un hombre. En este punto cesa el fragmento; el problema es adivinar, o conjeturar,
cómo reacciona don Quijote.
Que yo sepa, hay tres contestaciones
posibles. La primera es de índole negativa; nada especial ocurre, porque en el
mundo alucinatorio de don Quijote la muerte no es menos común que la magia y
haber matado a un hombre no tiene por qué perturbar a quien se bate, o cree
batirse, con endriagos y encantadores. La segunda es patética. Don Quijote no
logró jamás olvidar que era una proyección de Alonso Quijano, lector de
historias fabulosas; ver la muerte, comprender que un sueño lo ha llevado a la
culpa de Caín, lo despierta de su consentida locura acaso para siempre. La
tercera es quizá la más verosímil. Muerto aquel hombre, don Quijote no puede admitir
que el acto tremendo es obra de un delirio; la realidad del efecto le hace
presuponer una pareja realidad de la causa y don Quijote no saldrá nunca de su
locura.
Queda otra conjetura, que es ajena al
orbe español y aun al orbe del Occidente y
requiere un ámbito más antiguo, más
complejo y más fatigado. Don Quijote —que ya no es don Quijote sino un rey de
los ciclos del Indostán— intuye ante el cadáver del enemigo que matar y
engendrar son actos divinos o mágicos que notoriamente trascienden la condición
humana. Sabe que el muerto es ilusorio como lo son la espada sangrienta que le
pesa en la mano y él mismo y toda su vida pretérita y los vastos dioses y el universo.
J. L. Borges
De su libro "El Hacedor" 1960
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