
![]() |
"Le ofrezco la memoria de Shakespeare desde los días más pueriles y antiguos hasta los del principio de abril de 1616." J. L. Borges en "La Memoria de Shakespeare" |
Ricardo Piglia emplaza en nuestra memoria, a un Borges cuya
poética “gira sobre la incertidumbre del recuerdo personal, sobre la vida
falsa y la experiencia artificial", y cuya clave se encuentra en
la manipulación de la memoria y de la identidad. Le queda lejos así, al
fundamento proustiano de la memoria “como condición de la temporalidad personal
y la identidad verdadera", cuando la contemporaneidad nos dice que
"no hay memoria propia ni recuerdo verdadero, todo pasado es incierto
e impersonal"; asistimos de esta manera con Joseph K de Kafka a
"El Proceso" de la memoria. Memoria que en la literatura y
simbología borgeana, se torna una vocación, una voluntad, a medio camino
entre la historia y la ficción, y se reconstruye y se actualiza a partir de
recuerdos y experiencias ajenas, excediendo y matizando los caudales propios:
"Recordar con una memoria extraña", "metáfora perfecta de la
experiencia literaria".
A. M. R.
La Memoria Ajena
Shakespeare y el último relato
Ricardo Piglia
Ricardo Piglia
El último cuento de Borges, el que imaginamos
(sorprendidos por la perfección de ese fin) como el último cuento de Borges,
surgió de un sueño. Borges, a los ochenta años, vio un hombre sin cara que en
un cuarto de hotel le ofrecía la memoria de Shakespeare. "Esa felicidad me
fue dada en Michigan "cuenta Borges". No era la memoria de
Shakespeare en el sentido de la fama de Shakespeare, eso hubiera sido muy
trivial; tampoco era la gloria de Shakespeare, sino la memoria personal de
Shakespeare. Y de ahí salió el cuento." En el relato, un oscuro escritor,
que ha dedicado su vida a la lectura y a la soledad, por medio de un artificio
muy directo y sencillo (como los que Borges ha preferido siempre para construir
un efecto fantástico) es habitado por los recuerdos personales de Shakespeare.
Entonces vuelve a su memoria la tarde en la que escribió el segundo acto de
Hamlet y ve el destello de una luz perdida en el ángulo de la ventana y lo
desvela y lo alegra una melodía muy simple que no había oído nunca. "A
medida que transcurren los años, todo hombre está obligado a sobrellevar la
creciente carta de su memoria. Dos me agobiaban, confundiéndose a veces: la mía
y la del otro, incomunicable. Al principio las dos memorias no mezclaron sus
aguas. Con el tiempo, el gran río de Shakespeare amenazó, y casi anegó, mi
modesto caudal. Advertí con temor que estaba olvidando la lengua de mis padres.
Ya que la identidad personal se basa en la memoria, temí por mi razón."
La metáfora borgeana de la memoria ajena, con su
insistencia en la claridad de los recuerdos artificiales, está en el centro de
la narrativa contemporánea. En la obra de Burroughs, de Pynchon, de Gibson, de
Philip Dick, asistimos a la destrucción del recuerdo personal. O mejor, a la
sustitución de la memoria propia por una cadena de secuencias y de recuerdos
extraños. Narrativamente podríamos hablar de la muerte de Proust, en el sentido
de la muerte de la memoria como condición de la temporalidad personal y la
identidad verdadera. Los narradores contemporáneos se pasean por el mundo de
Proust como Fabrizio en Waterloo: un paisaje en ruinas, el campo después de una
batalla.
No hay memoria propia ni recuerdo verdadero, todo pasado es incierto y es impersonal. Basta pensar en el Joseph K. de Kafka, que por supuesto es el que no puede recordar, el que parece no poder recordar cuál es su crimen. Un sujeto cuyo pasado y cuya identidad son investigados. La tragedia de K (lo kafkiano mismo diría yo) es que trata de recordar quién es. El Proceso es un proceso a la memoria.
No hay memoria propia ni recuerdo verdadero, todo pasado es incierto y es impersonal. Basta pensar en el Joseph K. de Kafka, que por supuesto es el que no puede recordar, el que parece no poder recordar cuál es su crimen. Un sujeto cuyo pasado y cuya identidad son investigados. La tragedia de K (lo kafkiano mismo diría yo) es que trata de recordar quién es. El Proceso es un proceso a la memoria.
Los grandes relatos de Borges giran sobre la
incertidumbre del recuerdo personal, sobre la vida falsa y la experiencia
artificial. La clave de este universo paranoico no es la amnesia y el olvido, sino
la manipulación de la memoria y de la identidad. Tenemos la sensación de
habernos extraviado en una red que remite a un centro cuya sola arquitectura es
malvada. En ese punto se define la política en la ficción de Borges. Basta leer
La lotería en Babilonia para percibir que la función del Estado como aparato de
vigilancia, la función de lo que suele llamarse la inteligencia del Estado, es
la de inventar y construir una memoria incierta y una experiencia impersonal.
("Como todos los hombres de Babilonia, he sido procónsul; como todos,
esclavo; también he conocido la omnipotencia, el oprobio, las cárceles".)
La figura vanidosa y vengativa de Scharlch el dandy
en La muerte y la brújula (que parece el espejo donde se irá a reflejar el
Jocker de Jack Nicholson en el Batman de Tim Burton) es un modelo barroco de
este nuevo tipo de conciencia. El héroe vive en la pura representación, sin
nada personal, sin identidad. Héroe es el que se pliega al estereotipo, el que
se inventa una memoria artificial y una vida falsa.
Esa disolución de la subjetividad es el tema de
Deutsches Requiem su extraordinario relato sobre el nazismo. La confesión del
admirable (del aborrecible) Otto Dietrich zur Linde es en realidad una
profecía, quiero decir una descripción anticipada del mundo en que vivimos.
"Quienes sepan oírme, comprenderán la historia de Alemania y la futura
historia del mundo. Yo sé que casos como el mío, excepcionales y asombrosos
ahora, serán muy en breve triviales. Mañana moriré, pero soy un símbolo de las
generaciones del porvenir".
La cultura de masas (o mejor sería decir la política
de masas) ha sido vista con toda claridad por Borges como una máquina de
producir recuerdos falsos y experiencias impersonales. Todos sienten lo mismo y
recuerdan lo mismo y lo que sienten y recuerdan no es lo que han vivido.
La práctica arcaica y solitaria de la literatura es,
por supuesto, la réplica (sería mejor decir el universo paralelo) que Borges
erige para olvidar el horror de lo real. La literatura reproduce las formas y
los dilemas de ese mundo estereotipado, pero en otro registro, en otra
dimensión, como en un sueño. En el mismo sentido la figura de la memoria ajena
es la clave que le permite a Borges definir la tradición poética y la herencia
cultural. Recordar con una memoria extraña es una variante del tema del doble
pero es también una metáfora perfecta de la experiencia literaria. La lectura
es el arte de construir una memoria personal a partir de experiencias y
recuerdos ajenos. Las escenas de los libros leídos vuelven como recuerdos
privados. (Robinson Crusoe retrocede ante una huella en la arena; la menor de
los Compson se desliza al alba por la ventana del piso alto; Johannes Dahlmann
empuña con firmeza el cuchillo, que acaso no sabrá manejar, y sale a la llanura.)
Son acontecimientos entreverados en el fluir de la vida, experiencias
inolvidables que vuelven a la memoria, como una música.
La tradición literaria tiene la estructura de un
sueño en el que se reciben los recuerdos de un poeta muerto. Podemos imaginar a
alguien que en el futuro (en una pieza de hotel, en Londres) comienza
imprevistamente a ser visitado por los recuerdos de un oscuro escritor
sudamericano al que apenas conoce. Entonces ve la imagen de un patio de
mosaicos y un aljibe en una casa de dos pisos en la esquina de Guatemala y
Serrano; ve la figura frágil de Macedonio Fernández en la penumbra de un cuarto
vacío; ve un blanco y negro naipe clavado con una navaja en el tronco de un
pino sobre el cadáver de John Oakhurst, tahúr; ve un tranvía que cruza las
calles quietas de la ciudad de Buenos Aires y en él ve a un hombre que, con el
libro arrimado a sus ojos de miope, lee por vez primera la Comedia de Dante; ve
a una muchacha india de crenchas rubias y ojos azules, vestida con dos mantas
coloradas, que cruza lentamente la plaza de un pueblo en la frontera Norte de
la provincia de Buenos Aires; ve la llave herrumbrada que abre la
puerta de una vasta biblioteca en la calle México; ve una pesa de bronce y un
hrönir y un ejemplar de la Saga de Grettir; ve el bello rostro inaccesible de
Matilde Urbach que sonríe contra los amarillos losanges de una ventana.
Tal vez en el porvenir alguien, una mujer que aún no
ha nacido, sueñe que recibe la memoria de Borges como Borges soñó que recibía
la memoria de Shakespeare.
De Ricardo Piglia. Escritor y crítico, argentino. Autor
entre otros libros de "Respiración Artificial", "La Ciudad
Ausente", "Último Lector", "Plata Quemada"
"Blanco Nocturno". Premio Casa de las Américas, y Premio Rómulo
Gallegos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario