Los
siguientes textos de Jorge Luis Borges, sobre la guerra de "Las
Malvinas", el primero publicado en el diario "El Clarín", en el
mismo año de la obtusa confrontación de 1982, entre Inglaterra y Argentina; el
otro es un poema de su último libro "Los Conjurados" de 1985. Los dos
textos muestran a un Borges con una clara posición política, la de anteponer
a los argumentos de las armas y su
execrable y, ya decadente idea de colonialismo, el argumento ético que obliga a
un hombre a no ser cómplice de las vilezas de su tiempo: "[...] toda
guerra es una derrota. Las generaciones del porvenir sentirán asombro al saber
que el siglo veinte toleraba la fabricación y la venta de armas, es decir, de
herramientas del homicidio [...]". A. M. R.
Ingenua
o maliciosamente (opto por el primer adverbio ya que la mente militar no es
compleja) se han confundido cosas distintas. Una es el derecho de un Estado
sobre tal o cual territorio; otra, la invasión de ese territorio. La primera es
de orden jurídico; la segunda es un hecho físico. Se ha invocado el derecho
internacional para justificar un acto que es contrario a todo derecho. Esa
transparente falacia, que no llega a ser un sofisma, tiene la culpa de la
muerte de un indefinido número de hombres, que fueron enviados a morir o, lo
que sin dudas es peor, a matar. No es menos raro el hecho de que se hable
siempre del territorio y no de los habitantes, como si la nieve y la arena
fueran más reales que los seres humanos. Los isleños no fueron interrogados, no
lo fueron tampoco veintitantos millones de argentinos.
He
señalado ya esas cosas. Ahora las repito para no ser tildado de mal patriota.
Al
cabo de los años, al cabo de los demasiados años, me defino, hoy, como un
pacifista. Ilustremente me acompañan Ruskin, Gandhi, Bertrand Russell, Romain
Rolland, Luther King, Hammarskjöld y, anterior a todos los otros, nuestro
Alberdi. Pienso, como él, que le guerra es un crimen, que toda guerra es una
derrota. Las generaciones del porvenir sentirán asombro al saber que el siglo
veinte toleraba la fabricación y la venta de armas, es decir, de herramientas
del homicidio.
Son
múltiples los males que nos abruman: la ruina económica, la desocupación, el
hambre, la demagógica anarquía, la violencia, el insensato nacionalismo y la
casi general ausencia de la ética. El más grave es el último.
Dicto
estas líneas con tristeza. No puedo proponer una solución. Si me ofrecieran la
suma del poder público la rechazaría enseguida.
Jorge
Luis Borges y las Malvinas (Carta de lectores del diario Clarín del 24/9/1982)
Juan López y John Ward
Les
tocó en suerte una época extraña.
El
planeta había sido parcelado en distintos países, cada uno provisto de
lealtades, de queridas memorias, de un pasado sin duda heroico, de derechos, de
agravios, de una mitología peculiar, de próceres de bronce, de aniversarios, de
demagogos y de símbolos. Esa división, cara a los catógrafos, auspiciaba las
guerras.
López
había nacido en la ciudad junto al río inmóvil; Ward, en las afueras de la
ciudad por la que caminó Father Brown. Había estudiado castellano para leer el
Quijote.
El
otro profesaba el amor de Conrad, que le había sido revelado en una aula de la
calle Viamonte.
Hubieran
sido amigos, pero se vieron una sola vez cara a cara, en unas islas demasiado
famosas, y cada uno de los dos fue Caín, y cada uno, Abel.
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