Quién Era Matilde Urbach de Juan Bonilla
Cuando prefiguraba, mi primer Recital
poético con textos de Jorge Luis Borges, llamado como su libro homónimo “El Oro
de los Tigres”; había escogido entre dicho repertorio, el poema Le Regret d’
Hèraclite, que tanta conmoción suscitaba en reiteradas lecturas. Quise
averiguar por Matilde Urbach, quien habría hecho decir a Borges: “Yo, que
tantos hombres he sido, no he sido nunca aquel en cuyo abrazo desfallecía,
Matilde Urbach”.
Fatigué, como el autor, “Enciclopedias, atlas, el oriente/ y el occidente, siglos, dinastías”; o falazmente, como en su detectivesca búsqueda libresca, tras el rastro de Urbach; pero todo fue vano, no logré hallar, entre lectores amantísimos del autor; ni entre laboriosos rastreadores literarios, que precedieron a los de la internet, (eran los años noventa), algún indicio que me dejara entrever a Matilde Urbach. Así que a mi pesar, no agregué los memorables versos, al parecerme penosa e ilícita dicha inclusión. Años después, tras una obstinada negativa que me impedía acceder a las bondades de las que hoy gozo, entre los cibertipos de ésta neoimprenta y; habiendo aprendido con Borges, que “al destino le agradan las repeticiones, las variantes, las simetrías”, me encontré, en uno de los recónditos anaqueles de éste Libro de Arena, internet, con la probable respuesta al enigma.
Fatigué, como el autor, “Enciclopedias, atlas, el oriente/ y el occidente, siglos, dinastías”; o falazmente, como en su detectivesca búsqueda libresca, tras el rastro de Urbach; pero todo fue vano, no logré hallar, entre lectores amantísimos del autor; ni entre laboriosos rastreadores literarios, que precedieron a los de la internet, (eran los años noventa), algún indicio que me dejara entrever a Matilde Urbach. Así que a mi pesar, no agregué los memorables versos, al parecerme penosa e ilícita dicha inclusión. Años después, tras una obstinada negativa que me impedía acceder a las bondades de las que hoy gozo, entre los cibertipos de ésta neoimprenta y; habiendo aprendido con Borges, que “al destino le agradan las repeticiones, las variantes, las simetrías”, me encontré, en uno de los recónditos anaqueles de éste Libro de Arena, internet, con la probable respuesta al enigma.
A. M. R.
En una época en la que estaba
peor de dinero de lo que estoy ahora, una amiga me propuso entre bromas y veras
que me presentara a cierto programa concurso de televisión. El concursante de
ese programa elegía un tema del que se confesaba especialista, y el presentador
lo sometía a prueba preguntándole decenas de cosas acerca del tema elegido.
Mi especialidad, según aquella
amiga, era Borges. Yo deseché la idea por un solo temor: que me preguntaran
quién era Matilde Urbach, cosa que aún no había descubierto. En el más breve de
los libros que escribió, titulado Museo, Borges incluía un díptico memorable
que dice: "Yo, que tantos hombres he sido, no he sido nunca / aquel en
cuyo abrazo desfallecía Matilde Urbach".
Desde que lo leí, una pregunta
comenzó a perseguirme:¿quién era esa Matilde Urbach que le había arrancado a
Borges aquellos dos versos que ya nunca serán pasto de la amnesia?
Durante mucho tiempo fatigué
bibliografía sobre Borges por conocer la identidad de aquel nombre de mujer.
Disqué números de teléfonos de reconocidos borgianos que no pudieron
satisfacer mi ignorancia. Hasta que al doblar una esquina cualquiera de la
vida, me encontré con Francisco de Balasz, bonaerense por parte de madre y
borgiano por prescripción facultativa de su doctor literario privado, Adolfo
Bioy Casares. De Francisco de Balasz me hice amigo con la misma facilidad con
la que Antonio Gala escribe una cursilería: o sea, de forma
natural.
Mi amigo Francisco no sabía
quién era Matilde Urbach, pero le resultaba muy divertida mi inquietud acerca
de aquella mujer que aparecía poderosa y única en los versos de Borges. Le
comenté incluso que el epitafio del hombre que hubiera querido ser Borges,
debía decir: "Yo solamente he sido un hombre / aquel en cuyo abrazo
desfallecía Matilde Urbach".
Mi amigo celebró la ocurrencia
y prometió ser mi cómplice en la búsqueda de Matilde Urbach. De vuelta a Buenos
Aires, iría a ver a Bioy Casares y le consultaría el enigma.
Como regalo por mi borgesfilia
incurable, me regaló un tesoro bibliográfico por el que los coleccionistas de
joyas me tajarían la aorta: el folleto sobre yogures que Borges y Bioy
escribieron a dúo, iniciando una colaboración que depararía obras tan curiosas
como los cuentos de Bustos Domecq.
Yo, la verdad, no confiaba mucho
en que Bioy Casares me revelaría si Matilde Urbach era un personaje literario,
una mujer que de veras existió, o un simple invento de Borges. Pero al mes de
marcharse me llamó mi amigo Francisco con nuevas. Bioy sabía algo, poco,
escueto, borroso pero bastaba para colocarme en la calle buena del laberinto. A
la pregunta ¿quién era Matilde Urbach?, Bioy contestó, como quien no le concede
demasiada importancia a la cosa y no puede creerse que alguien esté tan
aburrido como para poder concederle importancia a tal minucia:
-Creo que era un personaje de
una novela cuya lectura Borges me ponderó. Es probable que Borges le dedicara
algún renglón en una sección semanal que por entonces llevaba en la revista
"El Hogar". No recuerdo bien, pero es posible que el argumento de la
novela tratase de un soldado que moría varias veces en el mismo campo de
batalla-
Ni que decir tiene que nada
más colgar me puse a repasar las críticas que Borges realizó para "El
Hogar" y que están recogidas en un volumen titulado Textos cautivos. Tardé
en dar con el título de la novela a la que se refería Bioy, pero como la
paciencia es lo último que se pierde, la encontré. La novela tiene por título
Man with four Lives (Hombre con cuatro vidas). Su autor fue el ignoto William
Joyce Cowen. Su argumento puede resumirse así (he de agradecer la posesión de
un ejemplar de esa novela a la perspicacia bibliófila de ese recolector de
raros y desconocidos autores ingleses que es Javier Marías): en la guerra del
18, un capitán inglés mata, repetidamente, hasta un número de cuatro veces, a
un mismo capitán alemán, que, según explicación que deja entrever el autor, era
un soldado desterrado de su Patria que llegaba a proyectar, dado su amor, un
fantasma corpóreo que guerreaba hasta las sucesivas muertes que iba dándole el
inglés, ya que a su ardor guerrero no lo acompañaba su pericia en la puntería.
En los renglones decisivos del
libro, Cowen chafará su afortunada y misteriosa exégesis valiéndose de una
explicación muy barata: cuatro hermanos idénticos hasta en la graduación
militar suplirán a las proyecciones fantasmales que se nos habían sugerido. La
veracidad dudable de esas líneas choca con las virtudes que avalan el resto de
la historia. La novela, pues, resulta mediocre, pero tiene un valor que su
autor estaba lejos de suponer cuando la escribió: en la novela aparece Matilde
Urbach.
Matilde Urbach era la
enamorada del militar alemán muerto una y otra vez en el campo de batalla. La
única aparición de Matilde Urbach en la novela es la que dará pie a Borges a
escribir los dos versos memorables.
La situación es ésta: el
capitán alemán visita una noche a su amada para avisarle que al alba partirá
hacia la muerte, y por ello desea sosegar sus últimas horas de aliento
confundiéndolo con el de su hembra.
Se infiere que se poseen. Al
alba, él se despide con estas palabras: "Yo solamente soy un hombre, pero
el más dichoso sería sobre la superficie de la Tierra si por nadie más que por
mí tú te consumieras de amor cuando yo ya no esté".
Y entonces Matilde Urbach
susurra: "Ningún hombre del mundo sabrá nunca el sabor de mis labios, y
ningún hombre del mundo podrá conseguir que yo desfallezca por conocer el sabor
de los suyos".
Lo cierto es que según el
improvisado final de la novela, Matilde Urbach podría haber sido la amante de
los cuatro hermanos que ella creía, como el propio lector, un solo hombre
inmortal.
Así que ahí estaba el álveo de
los dos versos de Borges Él, que tantos hombres sería, que más que un hombre
fue toda una literatura, no pudo ser nunca aquel por cuyo amor desfalleciera
Matilde Urbach. Esto desmiente por otra parte una frase que Borges repetía
mucho, según la cual todo! los hombres somos el mismo hombre (cosa que dijo ya
siglos antes Bartolomé de las Casas). Lo único cierto al parecer es que todos
seremos el mismo cadaver.
La próxima vez que me vea en
apuros económicos ya podré presentarme a ese concurso de televisión. Mi
especialidad, naturalmente, Borges. Si me preguntan por Matilde Urbach, sabré
qué responder.
Juan Bonilla
http://www.oocities.org/es/juanbonillaweb/matilde.htm
Juan Bonilla
http://www.oocities.org/es/juanbonillaweb/matilde.htm
(Y yo, estimado Juan Bonilla,
en virtud de tu libro El Arte del Yo-Yo, y del texto
en mención,puedo decir los versos de Borges, que había omitido;
y regocijarme en éste bendito artículo, que me ha dado alivio.
A.M.R. 2011)
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[Para el interesado en
rastrear este artículo, con nuevas pistas y desenmascaramientos, le recomiendo,
cuatro años después (2015) de publicado este texto, el siguiente post: "Juan Bonilla reinventa a Matilde Urbach y logra colarse en Obras
Completas de J. L. Borges". Sí, hemos contribuido a difundir un
divertimento de Bonilla, que ya trasciende como verdad legitimada por el editor
de las obras Completas de Borges]
http://museodelaeterna7.blogspot.com/2014/07/juan-bonilla-reinventa-matilde-urbach-y.html